Pareja
de carpinteros reales
capturados a fines del siglo XIX
por Juan Cristóbal
Gundlach,
naturalista cubano nacido en Alemania
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Mis
primeras visitas a Pinares de Mayarí, Farallones de Moa y La Melba, no tuvieron
el propósito confeso de observar aves, sino de cumplir con una indicación del Instituto
Cubano del Libro, la denominada Feria del Libro en la Montaña. Mis incursiones
en esos sitios comprendidos dentro del Plan Turquino del oriente de Cuba,
tenían como objetivo compartir poemas con los lugareños, y montar algún
improvisado puestecito de venta de textos. Naturalmente, en cuanto terminaban
aquellas agotadoras sesiones y mis compañeros aprovechaban para darse un buen
chapuzón en los ríos menos contaminados del planeta, o zamparse la carne blanca
de los cocos, yo, cámara en mano, me introducía en el monte.
Pronto
descubrí que mis observaciones precisaban de un soporte bibliográfico, pues
aunque el trabajo de campo era definitivamente inspirador, no rendiría los
frutos necesarios si no lograba clasificar lo que tenía delante de mis ojos. Los
gérmenes de la investigación infectaron mi sangre en esas caminatas bajo los
bosques pluviales del Parque Nacional Alejandro de Humboldt.
El pasado
septiembre, un joven cubano que cursa un doctorado en Literatura Clásica en la
Universidad de Salamanca me contactó para realizar una serie de observaciones
de aves en mi provincia de residencia, Holguín. Él disponía de ciertos medios
utópicos para mí: un auto de renta, unos binoculares profesionales y una cámara
con teleobjetivo autoajustable. Al mes siguiente le devolví la visita y desandamos
por la ribera del Tormes en busca de especies de interés.
Cubierta del libro "En busca del carpintero real en el oriente de Cuba" |
Al
percatarme que apenas podía asentir con la cabeza mientras él me señalaba algún
ejemplar oculto en el follaje, resolví protagonizar un maratón de lecturas
básicas sobre cuestiones ornitológicas. En pocas palabras, necesitaba
alfabetizarme al respecto. Aunque había escuchado en incontables ocasiones
hablar del carpintero real, y podía identificarlo sin temor a equivocaciones en
cualquier guía ornitológica, mis conocimientos sobre esta legendaria especie
eran más bien difusos.
Entonces, justo antes de naufragar en el universo
YouTube, descubrí un video de 5:27 minutos de duración, que hacía las veces de
demo promocional del libro En busca del
carpintero real en el oriente de Cuba, de Alberto R. Estrada. Absolutamente
fascinado por el audiovisual fui a darme de bruces contra el texto que
anunciaba: "Este libro solo está disponible en Amazon.com y en Amazon
Kindle". En los últimos ocho segundos mi esperanza de consultar el texto
se desvaneció.
¿Cómo
puede un cubano que vive en la Isla hacerse con un libro de Amazon? Con cierta
experiencia en la descarga de bibliografía electrónica en diversos formatos,
desemboqué en Amazon, y lo único que logré fue realizar una captura de pantalla
de la cubierta del libro. Devoré todo lo publicado en Wikipedia, Ecured, en las
versiones digitales de la revista Flora y
Fauna, en El pitirre (Boletín de la Sociedad Caribeña de Ornitología), en varias
tesis de doctorados y maestrías, e invertí mis escasas horas de conexión
quemándome las pestañas frente a la pantalla de mi laptop. En ocasiones,
bastante maltratado por las intensas jornadas de navegación, que les aseguro corroen
más que abrirse paso en los húmedos senderos de La Melba, hacía clic en la Web de Amazon y observaba En busca del carpintero real… Solo por
aquello de que vista hace fe.
Una de las
grandes revelaciones que experimenté durante esos meses fue toparme con la
extensa crónica "¿Podemos encontrar en Cuba al carpintero real?"[1] Bajo ese
sugerente título, Mac McClelland relataba la expedición de un observador de
aves, un ornitólogo, una escritora y un fotógrafo a Ojito de Agua, el mismo
destino donde en 1986 Alberto R. Estrada y Giraldo Alayón habían avistado
carpinteros reales. El observador de aves y el ornitólogo eran nada más y nada
menos que Tim Gallagher y Martjan Lammertink, dos viejos conocidos de aquel
video promocional de 5: 27 minutos. El relato de unas quince cuartillas,
revelaba la participación indirecta de otro coterráneo, el especialista en
Historia Natural y fotógrafo, Carlos Peña.
Lo más
llamativo del trabajo de McClelland, pese al fracaso de la expedición, era que
esta nueva búsqueda se había realizado en fecha tan cercana como 2016. El 23 de
febrero de 2020, mientras atravesaba con mis hijas un raquítico bosquecito en
plena ciudad, encontré el cuerpo recién abatido a pedradas de un carpintero jabado
o antillano (Melanerpes superciliaris),
pretexto que me bastó para teclear frenéticamente el artículo "¿Encuentro
real con un carpintero o carpintero real el desencuentro?", que apareció
publicado una semana más tarde en el blog Criptozoología en España[2].
Alberto R. Estrada en septiembre de 1983 durante una
expedición en busca del carpintero real
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Luego, la
pesadilla global del coronavirus confinó a media humanidad a las cuatro paredes
de sus viviendas y volví a la carga con los carpinteros reales. En mi regreso a
Amazon reparé en la sugerencia de seguir a Alberto R. Estrada a través de ese
barrio virtual que es Facebook. Lo había intentado otras veces sin resultados
halagüeños, pero no soy de darme por vencido a la primera, ni a la segunda…
Redacté una breve nota, a vuelo de pájaro (nunca mejor dicho), algo así como un
mensaje en una botella y lo arrojé al océano proceloso de internet. Tres
minutos más tarde, Alberto contestó.
Con una
afabilidad a toda prueba, el autor se mostraba dispuesto a facilitarme de
inmediato una versión electrónica de su libro. Era tan sencillo como enviarle
mi dirección de Gmail y cruzar los dedos para que la precaria conexión me
permitiera descargar los poco más de 22 megas del archivo. El documento constaba
de 144 páginas, que se evaporaron demasiado rápido frente a mi avidez de lector.
El hombre que había estado en más 10 expediciones en busca del Picamaderos
Picomarfil, el mismo que el 12 de marzo de 1986 a las 4:40 de la tarde, vio
durante unos 10 segundos el vuelo de una hembra de carpintero real, me permitía
acceder a su trastero y husmear un poco, no podía sentirme menos que privilegiado.
En busca del carpintero real en el oriente de
Cuba, más que un libro, es una butaca en primera fila, un boquete
intemporal que nos permite, desde la cómoda postura del lector, acceder a la
retirada de una de las maravillas indiscutibles de la fauna cubana, el Campephilus principalis bairdii. Después
de zamparme el texto de golpe, no comprendía como el periodista cubano Félix
Guerra pudo desde las páginas de Bohemia,
descreer de los avistamientos, pues si algo rezuma el libro de Alberto R.
Estrada, es sinceridad. Como los goteantes helechos de Monte Iberia, donde
clasificaba las nuevas especies de anfibios colectadas, así son sus
testimonios.
Foto de una hembra de
Carpintero Real tomada
en 1948
por John Denis
en Pinares de Mayarí
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El volumen
está a salvo de cualquier pretensión, científica o literaria, es sencillamente un
corte en la realidad, una muestra sobre el portaobjetos, el mapa de un hombre en
el terreno. ¿Por qué no tenemos una fotografía? ¿Por qué casi una decena de
avistamientos no legó a la posteridad una sola imagen del ave? La respuesta es
simple, ni Alberto, ni su libro, ni el carpintero real, necesitaban esa
fotografía. Lejos de actuar como argumento para rebatir la veracidad de los
relatos, la ausencia de esa prueba, los apuntala y consolida. ¿Cuánto tiempo le
hubiera demorado al autor manipular una imagen y restregarla en las narices de sus
detractores? Los que hemos observado con detenimiento la foto de George Lamb en
las inmediaciones de Moa en 1956, sabemos que sería solo cuestión de minutos.
El
carpintero real posee un perfil tan acentuado que no sería demasiado embarazoso
falsear una imagen. Basta con retocar un poco la silueta de un carpintero de
gorro y hoy la foto de Estrada estaría en cientos de catálogos de ornitología,
dándole la vuelta al mundo con aire de misterio y exclusividad. Sin embargo,
Alberto no sucumbió a la tentación de adjudicarse una imagen apócrifa. Es un
hombre y su circunstancia, eso le basta y debería bastarnos a nosotros. En su
libro enuncia a pecho descubierto, sin dobleces, ni máscaras, lo siguiente: "Cada
uno de los que fuimos protagonistas de esta historia, sabemos qué parte es
verídica y qué otra es sólo leyenda"[3].
No hay
filigranas en quien escribe, el camión Gaz 66 está listo para partir a las
montañas, y Alberto nos extiende la mano al abordar la escalerilla. Sin
reparos, ni autocensuras, comparte con los lectores: croquis de las regiones
exploradas, mapas, permisos técnicos de caza, autorizaciones de la Academia de
Ciencias de Cuba, notas manuscritas, recortes de prensa, y toda una galería de
fotos de incalculable valor. No se reserva para sí nada que pueda sernos de
utilidad; no encuentro para esa actitud otro calificativo que altruismo.
Precisamente,
deteniéndome en las fotos, advierto que el Museo de Historia Natural "Carlos
de la Torre" de la ciudad de Holguín, poseyó entre sus colecciones una
pareja de carpinteros reales capturados a fines del siglo xix por el naturalista Juan Cristóbal
Gundlach. La pregunta es ¿dónde están esas piezas de taxidermia que mostraban
un saludable estado de conservación en la instantánea de Ji Forrest? He
revisado de arriba abajo y de izquierda a derecha la sala de aves de este
museo, y no hay rastros de la pareja. ¿Se extinguieron también los ejemplares
sometidos a taxidermia?
El biólogo cubano Alberto
R. Estrada, vive actualmente en Florida (Estados Unidos) y se desempeña como escritor independiente |
Con el
transcurso de los años, después de publicar una decena de poemarios, de asumir
como oficio el espinoso proceso de la edición, y de integrar no pocos comités
de lectores, me he vuelto incrédulo con los libros. Sin embargo, en las casi
tres horas que emplee en la lectura de En
busca del carpintero real en el oriente de Cuba, he permanecido con las
alarmas desconectadas, y todas mis fortalezas de lector, arrasadas. Recostado
en mi cama, desplazando las yemas de los dedos por la pantalla del teléfono, he
sido víctima de un gozo inaugural, primigenio, he visto al picamaderos posarse enérgicamente
en el tronco de un pino seco. Doy fe de ello. La imagen de "lector macho"
que me había creado a fuerza de múltiples lecturas, se hizo astillas con cada
página.
Todavía
con el vértigo en los párpados, un amigo me remite desde Washington, la foto de
una pareja de carpinteros norteamericanos (Dryocopus
pileatus), tomada específicamente detrás de los edificios del Center for
Hellenic Studies. Impresiona el parecido entre esta especie y el carpintero
real. Recuerdo sin esfuerzo, la jerga campesina del minero Alberto Garzón,
cuando le mostraron las láminas del carpintero de gorro, y me percato en ese momento
que el libro ha socavado mi realidad. Quizás porque el texto no le pertenece ya
a Alberto R. Estrada, es propiedad de nosotros, sus lectores, hombres y mujeres
que nos dedicamos al estudio de la flora y fauna del archipiélago cubano. Esos
que hemos visto al ave franquear rauda el bosque de nuestros sueños.
Alberto ha
forjado un monumento a la memoria de un rey, el picamaderos picomarfil, la
rareza que encabezaría cualquier relación de críptidos cubanos, y creo, a pie
juntillas, que ese hombre afable de tupida barba cana, posee el peculiar récord
de haber visto "a ojo pelado" el último carpintero real que vivió
sobre la tierra.
[2] Disponible
en https://criptozoologos.blogspot.com/2020/03/encuentro-real-con-un-carpintero-o.html
[3] Alberto R.
Estrada: En busca del carpintero real en
el oriente de Cuba, pág 131, (Disponible en Amazon).
Moisés Mayán Fernández (Holguín, Cuba, 1983): Licenciado en
Historia. Poeta, narrador y editor. Ha publicado los libros de poesía Fábula
del cazador tardío (2007), El monte de los transfigurados (2009), Cuando
septiembre acabe (2010), El cielo intemporal (2013), y Raíz de yerba mate
(2015). Muestras de su obra aparecen en numerosas antologías en Cuba y en el
extranjero. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la Unión Nacional de
Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Colaborador asiduo de boletines,
revistas y blogs de temáticas diversas. Aficionado a la criptozoología y a la
pesca deportiva.
Para saber más:
Muchas gracias a Moisés Mayán por querer publicar su nuevo
artículo en Criptozoología en España. Si deseas leer los demás
trabajos de este genial investigador puedes hacerlo en los siguientes enlaces: