Por Moisés Mayán
Antecedentes
y referencias
En mis incursiones en
la criptofauna cubana, la “madre de aguas”
seguía siendo una asignatura pendiente. Sin embargo estaba absolutamente
seguro, que más temprano que tarde, saldría a seguirle el rastro a alguna de
estas criaturas, pero el disparo de arrancada no se producía. Aunque los
criptozoológos tenemos fama de ser los “pobres tarados” de la comunidad científica
internacional, lo cierto es que trabajamos con los mismos presupuestos que
nuestros colegas acreditados. De modo que no iba a lanzarme a desarrollar un
sistema de pesquisas, sin antes tener un hilo luminoso del cual tirar.
Aunque es desde 1940 cuando
en el campo cubano comienzan a colectarse los testimonios referentes a la
“madre de aguas”, lo cierto es que esta criatura no pertenece exclusivamente a
la mitología cubana, pues ha estado presente en el imaginario de pueblos
latinoamericanos e incluso africanos. Fue en 1940 cuando alumnos de Gramática y
Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua La Grande (Villa Clara),
coordinados por la profesora Ana María Arriso, se dedican a recopilar historias
sobre los avistamientos de la “madre de aguas” de la laguna de Los Hoyuelos.
Hacia 1962, luego ya
del triunfo revolucionario, el notable investigador cubano José Seoane Gallo, recoge otro testimonio al entrevistar al obrero José Miguel Rodríguez, vecino
del barrio El Condado. Sin temor a dudas los principales aportes para
adentrarnos en el enigma de las “
madres de aguas” son los compilados por la
labor investigativa del etnólogo Samuel Feijóo y que se pueden consultar en su
libro
Mitología cubana (1980).
Para contar con una
representación visual de esta enigmática criatura, desechando todo lo de
sobrenatural que gravita sobre la “madre de aguas” y concentrándonos solo en
rasgos morfológicos descritos por testigos visuales, podríamos concluir que nos
referimos a un ofidio de gran talla, con escamas gruesas y difíciles de
penetrar, que en ocasiones ha sido descrito con dos protuberancias en forma de
cuernos sobre la cabeza, e incluso con barbas pilosas bajo la mandíbula
inferior. En todos los casos la “madre de aguas”, como su propio nombre sugiere,
está asociada a manantiales, ríos, lagunas y pozos profundos, por lo tanto
podría insertarse en el índice de serpientes lacustres para su estudio
criptozoológico.
El
Majá de Santa María, un candidato probable
Si vamos a desentrañar
la naturaleza de una criatura como esta es bastante probable que nos esforcemos
por relacionarla con algún miembro análogo de la fauna local. En ese caso, los
votos favorecen al Epicrates angulifer
o Majá de Santa María, una boa cubana de color amarillo dorado con manchas
oscuras, que constituye el mayor ofidio de todos los que habitan en la Isla.
Resulta sumamente curioso que el Majá de Santa María esté incorporado a una
mitología popular que nada tiene que envidiarle a la protagonizada por la
“madre de agua”.
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Majá de Santa María |
En primer lugar, muchos
guajiros aseguran que el majá siente predilección por el olor y el sabor de la
leche materna humana; intentona quizás involuntaria de anexar a nuestra boa a
la tradición de mitos clásicos de las llamadas “serpientes mamadoras” que se
replican en numerosas culturas desde la antigua Grecia hasta los relatos
nórdicos. Otros mitos en torno al Epicrates
angulifer, proponen que el ofidio posee la capacidad de acoplar las
secciones de su cuerpo separadas por un machetazo, y además lo ubican como
sustituto de las serpientes al servicio de los paleros que descienden de las
etnias del reino de Manicongo.
El 4 de enero de 2007,
el periódico Juventud Rebelde
publicaba un artículo sobre el hallazgo en el batey Armonía en Bolondrón,
provincia Matanzas, de un ejemplar juvenil de Majá de Santa María con dos
cabezas vitales. A pesar del revuelo que produjo este ejemplar, minuciosamente
examinado por el Dr. Tomás Ramón Escobar Herrera, por ese entonces director del
Zoológico Nacional, lo que nos parece más interesante es por ejemplo, que en la
Amazonía la “madre de aguas” se ha
bautizado como Yacu-mama y de acuerdo
a lo publicado por Gina Picart en su blog Hija del Aire, “se dice que es una
serpiente acuática de dos cabezas, con un cuerpo enorme y cilíndrico que puede
medir hasta 30 metros y devora a quienes se bañan en las aguas donde habita”.
Un año después, el 1ro
de julio de 2008, nuevamente el Majá de Santa María volvía a acaparar titulares
en el Juventud Rebelde, esta vez
luego que un ejemplar de aproximadamente un metro de largo mordiera a la niña
Adis Amelia González Tillán de seis meses de nacida mientras dormía en su casa
del municipio Cerro en La Habana. El animal atraído quizás por el olor de la
leche materna, repitió varias veces sus visitas a la cuna de la pequeña hasta
que el padre lo descubrió y lo eliminó valiéndose de su machete. La pregunta
que se impone en este momento de la narración es si podemos atribuir el mito de
la “madre de aguas” al Majá de Santa María y zanjar esta polémica que lleva
siglos enraizada en imaginario del campesino cubano.
En
la línea de arrancada
Como les dije con
anterioridad no había tenido tiempo para dirigir mis inquietudes científicas a
la presunta “
madre de aguas” y me encontraba focalizado en críptidos cubanos
más convencionales como el carpintero real (
Campephilus
principalis bairdii) o el almiquí (
Solenodon
cubanus). Esperaba pasivamente un pretexto para hincar los colmillos en el
tema de las desmesuradas serpientes de los campos cubanos, mientras devoraba un
libro tras otro sobre religión en busca del necesario marco teórico de mi tesis
de Maestría.
Fue entonces cuando tropecé con una rarísima publicación, el
ejemplar único del libro Nuestras raíces
adventistas de la Máster en Teología Sara Zaldívar Zaldívar, quien trazaba
a grandes rasgos un itinerario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde
su organización en los Estados Unidos en 1863 hasta su asentamiento en el
entorno cubano y holguinero.
En la página 64 del
único ejemplar del referido título, que además fue impreso por medios propios y
para consumo de unos pocos allegados, descubrí la siguiente incitación, que
constituiría el ansiado detonante de mi búsqueda de la “madre de aguas”:
“El ciclón Flora hizo
estragos en las localidades cercanas, como Cauto Cristo. Allí se encontraba la
familia adventista de los Montejo. Su casa se anegó en agua, y vieron como
entraba por una puerta y salía por otra un gran animal nadando, se le pareció a
un cocodrilo”.
¿Por
qué a partir de este fragmento determiné que había llegado el tiempo de iniciar
las exploraciones? Bueno, para responder a esa pregunta, debo compartirles otra
anécdota que me relató Luis Alberto Isidor, también miembro de la Iglesia
Adventista del Séptimo Día. Según me narraba este amigo, cuando el ciclón Flora
azotó el Oriente de Cuba en el año 1963, una familia de campesinos adventistas
de la zona de Cauto Cristo, sorprendidos por la súbita crecida del río Cauto,
no tuvieron otra alternativa que escalar al techo de guano de su casa mientras
esperaban por las brigadas de rescate y salvamento.
De
pronto, notaron que en aquel océano de sedimento venía flotando el tronco de
una palma. Cuando estuvieron más cerca del objeto descubrieron que la supuesta
“palma” se movía de forma extraña, y solo entonces se percataron que no se
trataba de un tronco, sino de una serpiente gigante. Las mujeres entraron en
pánico y amenazaron con lanzarse al agua buscando alejarse del animal, sin
embargo el ofidio envolvió su cuerpo a las ramas de un árbol y permaneció unos
minutos observándolos fijamente con sus grandes ojos amarillos. Luego se soltó
de las ramas y siguió nadando arrastrado por la corriente.
El
ciclón Flora fue algo así como la versión cubana del diluvio bíblico, pues
además de un millar de víctimas, arrasó con viviendas, puentes, miles de
caballerías de arroz, campos de caña, cafetales, servicio eléctrico, e incluso
Fidel Castro sufrió un accidente cuando el vehículo anfibio donde viajaba se
hundió en el cruce del río La Rioja. Es común que ante el paso de estos eventos
naturales, algunas especies sean desplazadas de sus hábitats y aparezcan en
zonas desacostumbradas, por lo tanto los avistamientos de grandes animales
nadando en las aguas del Cauto durante el Flora, poseían cierta explicación
factible.
Con
estas dos contribuciones al fenómeno de la “madre de aguas” le pedí a Sara
Zaldívar, que de ser posible me revelara la identidad del informante que le
había transferido la anécdota recogida en su libro y ella me facilitó un
nombre, Aracelis Sánchez. En el caso de Luis Alberto Isidor, solo amplificaba
un relato que llegó hasta él producto de la tradición oral, pero no conseguía
aportar un informante en particular, de manera que me dispuse a visitar cuanto
antes a Aracelis Sánchez. Con las preguntas iniciales a esta amable anciana de
más de ochenta años, pude determinar rápidamente que sus aportes no irían más
allá de lo mencionado en el libro de Sara Zaldívar; es más, ni siquiera había
sido ella la que presenció el raro animal, sino la familia Montejo, con los que
mantenía relaciones de parentesco.
Información de primera mano
Un
poco desanimado, me puse en pie para concluir con la visita cuando Aracelis me
anunció que sus primas Élida y Eva Montejo sí habían observado la criatura en
1963, que ambas estaban vivas aunque muy mayores, y que de Eva, tenía no solo
la dirección sino también el número teléfono. Casi doy un salto en la pajilla
del sofá donde permanecía sentado junto a mi esposa. Aracelis se levantó del
balance y regresó con una pequeña libreta de notas que temblaba en sus manos.
Yo mismo localicé los datos, agradecí, y tres minutos después estaba llamando a
Eva Montejo.
El
hombre que salió al teléfono me pidió que le hablara alto, pues producto de la
edad, Eva afrontaba serias limitaciones con su audición. En cuanto la voz
quebradiza de la anciana sonó del otro lado de la línea, supe que no había
elaborado un argumento convincente para que me abriera las puertas de su casa,
y accediera a ser interrogada. Imaginen que digo algo como esto: “Hola Eva, soy
un criptozoólogo y ando tras la pista de una serpiente gigante conocida como
‛madre de aguas’, además tengo buenas razones para asegurar que lo que atravesó
su casa en octubre de 1963, no fue ningún cocodrilo sino una de esas
enigmáticas criaturas, ¿cree que puedo entrevistarla?”
Ya
sé que les suena descabellado, así que preferí aferrarme al vínculo que de
alguna forma nos unía a Sara Zaldívar, Aracelis Sánchez, Eva Montejo y a mí, la
Iglesia Adventista del Séptimo Día. “Producto de la cercanía del fin de año
estamos visitando a algunos hermanos que no pueden asistir a la iglesia, y nos
gustaría conversar con usted”, fue todo lo que dije, algo que era además una
verdad irrefutable. Cuando Eva Montejo colgó el teléfono, yo contaba con una
carta ganadora en mi poder. Un día, miércoles, y una hora, dos y treinta de la
tarde.
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El autor, Moisés Mayán |
Aunque
no lo crean, entre este párrafo y el anterior hay setenta y dos horas de
diferencia. He estado comiéndome furiosamente las uñas y caminando de aquí para
allá sin conseguir concentrarme en otro objetivo que no fuera la visita a Eva
Montejo. Anoche me levanté a las dos de la madrugada y a pesar de zamparme un
ansiolítico no pude conciliar el sueño. Lo que en verdad me mantenía en vigilia
no era tanto el hecho de encontrarme con Eva Montejo, sino la posibilidad de
que su testimonio desarticulara la hipótesis en la que se fundamentaba mi
trabajo de investigación. Eva y su hermana Élida, quien me aseguraron vivía
todavía en la región de Cauto Cristo, provincia Granma, eran presumiblemente
las únicas dos personas que habían visto en todo el Oriente del país una “madre
de aguas”, y tomando en consideración que Luis Alberto Isidor no podía
facilitarme un ser de carne y hueso apuntalando su relato, más que un
informante clave, Eva se convertía en mi única fuente primaria.
Ya
sé que a los cubanos no nos distingue la puntualidad, pero a las dos de la
tarde yo estaba sentado en la sala del apartamento de Eva Montejo, mientras su
esposo le anunciaba que había llegado la visita. Sostenida por su compañero de
la vida, Eva irrumpió en la sala auxiliándose de un bastón metálico con
empuñadura plástica. Su apariencia era tan frágil que por unos segundos pensé
que no podría llevar a cabo nuestra conversación. “¿Usted fue el que llamó por
teléfono?”, me pregunto mientras se acomodaba los cojines en la espalda. Asentí
con la cabeza y acerqué mi butaca a su asiento para que pudiera escucharme
mejor. Era el 9 de diciembre de 2020.
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Efectos del ciclón Flora en Cuba (1963) |
Necesitaba
regresar a un episodio puntual ocurrido cincuenta y siete años antes, y además
reunir el mayor número de detalles posibles. Era una tarea titánica, pero ya
que había llegado a ese punto me disponía a proseguir hasta el final. “Era
octubre de 1963, el ciclón Flora cruzaba por el Oriente de Cuba y las fuertes
lluvias provocaban inundaciones severas. Las aguas del río Cauto subieron
desproporcionadamente y llegaron hasta el caserío de Pestán…” En ese punto Eva
me interrumpió: “Fue algo terrible, parecido a un diluvio, la gente se subía a
los techos, dentro de la casa el agua nos llegó hasta las rodillas”. “¿Y
quiénes estaban con usted?” “La familia, mi padre, mis hermanos, mi madre no,
porque estaba ingresada en Bayamo. Todos éramos cristianos”. “¿Y Élida estaba
ahí?” “Sí, Élida también”. “¿Ella vive todavía en Cauto Cristo?” “Sí, pero
tiene un hijo muy enfermo, pobrecita”.
El
esposo se puso en pie justo detrás de Eva y me aclaró que Élida había muerto
recientemente, pero que preferían que ella no se enterara. Tomé una bocanada de
aire helado y me dispuse a afrontar el núcleo duro de la entrevista. “Según me
contó su prima Aracelis, ustedes vieron un animal muy grande que entró nadando
a la casa”. “¿Un qué?” (Pensé una vez más que la investigación se iría a
pique). “Un gran animal que entró nadando por una puerta y salió por la otra”.
“Ah, sí fue algo muy grande, largo, rollizo, con la piel manchada, pero no me
dio miedo. Atravesó en silencio toda la casa”.
“¿Se
le parecía a algún animal conocido?” “No sé, solo que era muy grande y alargado”.
“¿Sus familiares qué opinaron sobre esa criatura?” “Nada, ellos no lo vieron,
solo yo lo vi. Es increíble que Aracelis se acuerde de esa historia”. “Hay
también un libro donde se narra brevemente su encuentro con el animal”. “¿Sí?”
“Sí, se dice incluso que era un cocodrilo”. “No, no era un cocodrilo, era otra
cosa. Recuerdo muchos detalles de ese día. Vino a visitarnos un muchacho en su
caballo y luego nos enterábamos que se había ahogado, fue muy doloroso”.
En
la punta de la lengua me escocía una incógnita más: ¿Sería como una serpiente
gigante? ¿Una serpiente mucho más grande que cualquier Majá de Santa María que
usted hubiera visto? Pero temía estar manipulando un testimonio de tanto valor,
así que di por terminada la entrevista, sintiéndome absolutamente satisfecho.
En primer lugar porque poseía la seguridad de que aquel misterioso animal no
era un cocodrilo. En segundo, porque recientemente había estudiado la ictiofauna
de la región biogeográfica del Cauto, y por esa fecha, ningún pez podría exhibir
esa talla, y mucho menos, una piel moteada. En tercero, porque contaba con una
historia complementaria de la misma zona, durante el mismo fenómeno
climatológico, donde una familia de campesinos había avistado desde el techo de
su casa una serpiente que inicialmente confundieron con una palma.
A modo de conclusiones
El
Epicrates angulifer puede llegar a
medir unos seis metros de longitud, y a simple vista su cuerpo exhibe manchas
de color marrón o amarillo oscuro, pero me parece que hacerlo coincidir con la
criatura que protagonizó estos dos avistamientos sería poco menos que
arbitrario. Si bien, el presente trabajo y las decenas de testimonios
recopilados en Cuba desde 1940, no constituyen pruebas definitivas de la
existencia de la “madre de aguas”, quizás si apunten a la presencia de boas
gigantescas en nuestros campos, un hecho que los científicos convencionales no
están dispuestos a admitir. Se creía mayoritariamente que las “
madres de aguas”
se habían asentado por la caprichosa evolución de la leyenda en el centro de la
Isla, sin embargo en Oriente donde se encuentran el río más caudaloso de Cuba,
el Toa, y el más largo, el Cauto, las referencias a este legendario ser son
casi nulas.
Podemos
afirmar con incuestionable certeza que desde hace unos sesenta años no se
reportan avistamientos de la “madre de aguas” en el archipiélago, por lo tanto
quizás estemos asistiendo a la paulatina desaparición de un mito que no
preocupa en lo más mínimo a las jóvenes generaciones. Sin embargo, en julio de
2020 la prensa cubana anunciaba el descubrimiento de una nueva especie de
serpiente la Tropidophis steinleini sp. nov, quien hasta la fecha no tiene nombre común. Según el propio artículo,
“la única hembra conocida se asoció con una vegetación xérica formada
por baja sequía, matorrales y cactus, en
los alrededores costeros semidesérticos del faro de Punta Maisí. La serpiente fue encontrada en el borde
cementado de un pozo, probablemente en busca de agua”.
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Tropidophis steinleini sp. nov |
Aunque no estamos hablando de un ofidio gigante, la
aparición de una nueva especie deja siempre abierta la posibilidad de que
existan muchas otras que aún no han sido catalogadas y autenticadas por un
comité de expertos. Por el momento las serpientes gigantes en Cuba continuarán
ovilladas en los oscuros pozos del folclor campesino, un patrimonio intangible
al que deberíamos aferrarnos con uñas y dientes. Cuando a fines de 2019, el
grupo de teatro Los cuenteros de San Antonio de los Baños en Artemisa, llevó a
escena ―como celebración por sus cincuenta años― la obra Cyriano y la madre
de aguas, quise pensar que todavía no hemos renunciado por completo a ese
mundo de fabulación incesante que arraigó en nuestros campos plantado por la
buena mano del guajiro.
Agradecí al excelente dramaturgo matancero y amigo
personal, Ulises Rodríguez Febles, por la escritura en 1998 de Cyriano y la
madre de aguas, y mientras abrazaba quizás por última vez a Eva Montejo, en
una fría tarde de diciembre, volví a ver a través de sus ojos, aquel extraño
animal, largo y rollizo, con la piel manchada, que por lo menos para mí, será
siempre una “madre de aguas”.
Bibliografía
consultada:
Feijóo, Samuel: Mitología cubana, Letras Cubanas, La
Habana, 2003.
Periódico Juventud Rebelde, (4 de enero de 2007,
1ro de julio de 2008, y 21 de septiembre de 2008).
Picart, Gina: “Madre de
agua a la cubana” en blog Hija del Aire, 4 de agosto de 2010, disponible en https://ginapicart.wordpress.com/2010/08/14/madre-de-agua-a-la-cubana/
Revista
de folklore, Fundación Joaquín Díaz, No. 449,
España, julio 2019.
Rivero Glean, Manuel y
Gerardo E. Chávez Espínola: Catauro de
seres míticos y legendarios en Cuba, Centro de Investigación y Desarrollo
de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2005.
Zaldívar, Sara: Nuestras raíces adventistas, Impreso por
medios propios, Holguín, 2017
www.cubadebate.cu/noticias/2020/07/25/una-nueva-especie-de-serpiente-para-cuba-fue-hallada-en-punta-de-maisi/