Y, ahora sí, estimados lectores, disfruten del artículo...
En el verano de 1998 cuando aterricé en la Isla de Puerto Rico, la
histeria colectiva ocasionada por la aparición del “chupacabras” estaba aun en
apogeo. Recuerdo perfectamente las imágenes de aquella criatura verduzca con
cuerpo de reptil y ojos saltones que se repetía en cientos de suvenires. El suceso noticioso se había
generado en 1992, cuando los periódicos El
Vocero y El Nuevo Día divulgaron las
insólitas matanzas de animales ocurridas en el poblado de Moca.
Después de las inexplicables muertes de ganado en Puerto Rico, se
reportaron ataques similares en República Dominicana, Chile, Argentina,
Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, El Salvador, Estados Unidos, y
México, donde alcanzó magnitud de leyenda, gracias a los acontecimientos que
tuvieron lugar en El Álamo, estado de Nuevo León. Cada país necesitaba
desesperadamente “nacionalizar” al chupacabras, porque las noticias traían
aparejadas un inusitado interés turístico, y una venta progresiva de productos
que explotaban las más fantasiosas imágenes: reptiles con afiladas espinas
dorsales, con cabeza de perro y largos colmillos, cubiertos de pelo negro con
ojos rojos y alas de murciélago, o seres alienígenas de cráneos ovalados y piel
escamosa.
Por ese entonces descubrí una palabra que hasta la fecha no ha
sido incluida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: críptido. Los críptidos quedan excluidos
de los catálogos de zoología contemporáneos, siendo considerados por la
comunidad científica como seres que solamente perduran en la mitología y el
folclore. La “pseudociencia” que estudia los críptidos se denomina
Criptozoología, y parte de los reportes de avistamientos y descripciones de
testigos que aseveran haber mantenido alguna forma de contacto con animales que
se creían extintos o engendros provenientes de las tradiciones populares.
Lo
cierto es que desde 1982, un año antes de mi nacimiento, ya existía en
Washington D.C., la Sociedad Internacional de Criptozoología (ISC, de acuerdo a
sus siglas en inglés), que por dificultades financieras dejó de existir en
1998; y donde hasta 1995 se había estado editando la revista Cryptozoology.
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El Güije |
El chupacabras no era en ese tiempo el más mediático de las listas
de críptidos popularizadas por los medios de difusión, encabezadas por el
monstruo del Lago Ness (Nessie), Pie
Grande, o el abominable hombre de las nieves (Yeti). Ahora bien, el chupacabras era centroamericano, latino,
caribeño, y nosotros tuvimos la oportunidad de sumarnos a la leyenda, con lo que
sin dudas sería el primer críptido hecho en Cuba. El cagüerio, los güijes,
chichiricús y ciguapas no clasifican dentro de los dominios estudiados por la
Criptozoología, aunque si matizan nuestra cultura popular y la enriquecen con
un interesante muestrario de seres sobrenaturales que animan el arte y la
literatura.
El rumor se originó por algún sitio del municipio de Maisí después
del paso del huracán Matthew por ese territorio. En el artículo ¡Cuidado, bola suelta! publicado por el
semanario guantanamero Venceremos, en
su edición correspondiente al 17 de noviembre del 2016, y bajo la firma de la
periodista Lilibeth Alfonso Martínez, advierto el siguiente criterio de Rafael
Concepción, uno de los testimoniantes: “Lo que dice la gente es que empezaron a
perderse los carneros de unos campesinos, y que uno de ellos echó un veneno que
mató a parte de los animales y que al tratar de comérselos, la criatura también
murió…, pero yo no se lo aseguro”.
Ahí
están los gérmenes de la invención del críptido, semejantes a los que en el ya
lejano 1992 esgrimía ante las cámaras Madelyne Tolentino, la testigo original
de la matanza de Moca. Noten la frase: “empezaron a perderse los carneros de
unos campesinos”… Se me hace la boca agua porque presencio el resurgimiento del
chupacabras, pero ahora en mi propio país. Los aficionados a la criptozoología
en Cuba nos afilamos los dientes.
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El Vampiro de Moca en la prensa portorriqueña (1992) |
Sin embargo lo atendible es que
Rafael Concepción asegura no haber visto las fotos, que replicándose a través
de Zapya o Bluethoot, han recorrido todo lo largo y ancho de la geografía
cubana. Él no había estado en presencia de las instantáneas, pero sí conocía del
rumor de los carneros desaparecidos… Otros aseguran que la criatura permanecía
oculta en “una de las cuevas donde cientos de familias pasaron las peores horas
del huracán”. El rumor crece y cunde el pánico. Yo casi salto de emoción,
pensando que Cuba tendrá al fin su críptido, el “chupaovejos de Baracoa”,
imagino los suvenires, las camisetas,
las gorras…
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Guillermo Lemes |
Continúo buceando en el artículo de Lilibeth Alfonso donde
Guillermo Lemes, Director de la Unidad de Medio Ambiente de la Delegación Provincial
del Citma admite “el vuelo que ha tomado la historia al punto de que, al día,
son varias las llamadas que buscan la
verdad sobre el improbable hallazgo. Ciertamente -continúa el científico-,
hay muchos animales que fueron desplazados por el huracán y que pudieran
aparecer en zonas poco acostumbradas, pero generalmente son aves, plagas…, nada
como esto”.
Tenemos las herramientas
suficientes para la creación de nuestro críptido. Mientras Baracoa se recupera,
el turismo cuenta con una nueva atracción: “un chupacabras cubano”. Mientras
profesionales de diversas especialidades se debaten en cuanto a la autenticidad
de las fotos y la imposibilidad biológica de la existencia de “una línea
evolutiva consecuente con esa criatura”, debemos echar mano de los comentarios al
artículo para descubrir a posteriori
que las tan llevadas y traídas imágenes son producto del trabajo escultórico de
la artista australiana Patricia Piccinini y su serie We are family.
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Wea re family, de Patricia Piccinini |
A partir de ese comentario la gente se percata de
que todo es una gran tomadura de pelo y se conforma con esa “realidad
innegable” cuando hacen clic en en link de Patricia Piccini y aparece su
colección de criaturas sobrenaturales. La génesis del fenómeno mediático es
bastante fácil de deducir: alguien que escuchó el rumor de los ovejos
desaparecidos decidió agregarle imágenes al asunto, navegó unos minutos en
internet y seleccionó las fotos de las esculturas, así se echó a rodar la
auténtica bola: “este es el bicho que apareció en Baracoa”.
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Detalle de la obra |
Lo que en verdad nos concierne, el
caso de los ovejos desaparecidos, las entrevistas de los campesinos que
reportaron pérdidas de animales, esos temas no se abordan en ningún artículo, no
sabemos si acontecieron o no, y nuestro chupacabras muere, no envenenado sino de
un modo tan absurdo como el que podría vincular esas fotografías a los hechos
que tuvieron lugar en La Máquina, a unos 60 kilómetros de la cabecera municipal
(reales o producto de la más desbordante fantasía).
El chupacabras nos visitó, (quizás
solo desde las sabanas y cavernas del imaginario popular) pero no supimos
apreciarlo, fraguamos un comité científico interdisciplinario para examinar la
autenticidad de unas fotos y nos descarrilamos del problema real. Tendremos que
seguir esperando por el críptido cubano, no nos queda de otra. Quizás de aquí a
10 años en la Sierra de los Órganos se produzca un inusual ataque contra un
rebaño de chivos, solo entonces tendremos nuevamente la posibilidad y el
riesgo, porque si alguien conectado desde su móvil a una Wi-Fi baja un
fotograma de Species donde se observa
claramente a la criatura conocida como Sil,
nuestros investigadores y fotógrafos se alistarán para desmentir la imagen, y
el chupacabras nunca encontrará refugio en la memoria del pueblo.
Nosotros
contemplamos con desencanto como la electrizante leyenda que podría generar un
considerable atractivo turístico en tiempos de recuperación, se convierte en
polvo, en humo, en nada…
Moisés Mayán, 2016