Estamos de
enhorabuena. Moisés Mayán, amigo y colaborador de Criptozoología en España,
publica en nuestro blog un nuevo e interesante artículo. Mayán –escritor,
poeta, editor, investigador, criptozoólogo- bucea en los inicios de la
criptozoología cubana para rescatar la olvidada figura de Teo Espinosa, el
pionero de la divulgación del fenómeno de los animales extraños en la isla
caribeña.
Disfruten de la
lectura…
Teo Espinosa: pionero de la criptozoología cubana
Para V. Ponce
Por Moisés Mayán
Según la teoría del escritor húngaro Frigyes Karinthy, solo
existen seis grados de separación entre una persona y otra. O sea, cinco
intermediarios entre tú y ese ser que intentas localizar por todos los medios
posibles. No importa en qué región del planeta se aíslen, Donald Trump, el Papa
Francisco y Lionel Messi, están a solo cinco personas de ti. Sin embargo antes
de teclear la primera palabra de este artículo acabo de contactar a la persona
número sesenta en mi desgastante búsqueda de Teodoro Espinosa. Al parecer, toda
regla tiene su excepción.
|
Teo Espinosa |
En enero de 2018 me acuclillé como un receptor de beisbol frente a
uno de los anaqueles de la librería de
viejo de mi ciudad (Holguín), y extraje un minúsculo ejemplar. Un texto a todas
luces insignificante, que nunca sabré porqué secreto misterio captó mi
atención. Me incorporé y me detuve en la portada, sabiendo de antemano que lo
compraría. Historia sobrenatural era
su título, y un tal Teodoro Espinosa, su autor. Costaba solo tres pesos
cubanos, unos quince centavos de dólar.
Después de admirar la cabeza de dragón que ocupaba dos tercios de
la cubierta, eché un vistazo a los datos recogidos en la contraportada. Apenas
un párrafo no exento de pretensiones, ubicado sobre la breve ficha curricular.
En esas líneas, sobre las que volvería una y otra vez en los meses
subsiguientes, se calificaba esta ópera prima como "animalia
peculiarísima", quizás "bestiario inicial de nuestras letras".
Antes de llegar a la casa ya me había leído los cuatro párrafos
introductorios que se alineaban bajo la palabra «Advertencia», a la que
antecedían a su vez una dedicatoria (A Martica) y una frase de El deslinde del escritor mexicano
Alfonso Reyes. Comencé a inquietarme. ¿Estaría en presencia del pionero de la
criptozoología cubana? Este libro había sido publicado en 1988, solo cinco años
después que John Wall acuñara el término Criptozoología. ¿1988? Pensándolo
mejor, el texto estaba celebrando sus primeras tres décadas de existencia, así
que esta cadena de azares concurrentes ajustaba como anillo al dedo para guisar
un buen artículo. Si apelaba un poco al ego del escritor, podría arrebatarle a
Teodoro Espinosa una entrevista con todas las de la ley. Solo faltaba
localizarlo, hacer las presentaciones necesarias, y demostrar mi interés no
fingido en Historia sobrenatural.
La reseña biográfica terminó por convencerme que nuestro hombre
estaba sumergido hasta el cuello en el océano de la criptozoología. Los aportes
más relevantes de esos lacónicos datos eran el año de su nacimiento (1943), el
anuncio de la próxima aparición de su segundo libro (Usos de la razón), y el enunciado informativo: "Actualmente
escribe una monografía cuyo título es Ovnis
y extraterrestres".
No solo estábamos hablando de un bestiario que relacionaba seres
inéditos en el contexto de las publicaciones cubanas de la época: unicornios,
sirenas, serpientes marinas, dragones, vampiros y hombres-lobos, sino que en el
momento de irrupción de su texto primogénito, ya andaba husmeando en el tema Ovni.
Las dudas se esfumaron; mi piqueta de explorador había revelado (producto de
una eventualidad) un auténtico tesoro antropológico: el pionero de la
criptozoología cubana. Realicé un cálculo básico: 2018-1943꓿75. Un hombre de
75 años podía conservarse con absoluta vitalidad, pero también podía estar
muerto. No iba a seguir exprimiendo mi
cerebro para extraer conjeturas, así que puse manos a la obra.
Removí cielo y tierra. Comencé por esas guías telefónicas ilegales
que como aplicaciones para móviles se han difuminado a lo largo y ancho de
nuestra geografía. Créanlo o no, en la actualidad hay en Cuba cinco
coincidencias para la entrada «Teodoro Espinosa», y tres de esos hombres viven
en La Habana. Ahora bien, ninguno había nacido en 1943. Una de mis más
escabrosas sorpresas fue asimilar que Google era prácticamente un universo
despoblado cuando trataba de personalizar una búsqueda con el criterio «Teodoro
Espinosa, escritor cubano».
Hasta EcuRed ―la versión insular de la Wikipedia― se volvía un
espacio yermo cuando me esforzaba por obtener alguna información actualizada al
respecto. Me sentía como Javier Cercas reuniendo pistas sobre el soldado
anónimo que decidió no fusilar a Rafael Sánchez Mazas. Pero lo que en verdad me
espoleó a proseguir desentrañando el misterio, fue la confirmación de que en
fecha tan reciente como 2010, Espinosa había publicado Apócrifos textualmente copiados, un minúsculo volumen que no
sobrepasaba las cincuenta páginas, donde entre otros asuntos se refería al
Kurak-tan, un animal con cabeza esférica y cuerpo de gato que se alimentaba de
la memoria de los indígenas en determinada aldea. Del primero al último de sus
libros, la criptozoología afloraba como un archipiélago insumergible, isla
dentro isla que se negaba a ceder espacio ante las obsesiones que
caracterizaron la narrativa cubana de los ochenta.
Fue navegando en Internet, en particular en el blog
Fragmentos-Diarios, administrado por Maite Díaz González, hija del escultor
abstraccionista cubano José Antonio Díaz Peláez, donde recibí el mazazo de la
muerte de Teo. Mis sueños de entrevistarlo se astillaron contra un muro de
silencio que ya me resultaba demasiado sospechoso. Entonces, en lugar de bajar
los brazos, redirigí mis instrumentos de sondeo hacia el eslabón perdido, la
quinta persona, ese que descorrería ante mi apetencia, el planeta Teo Espinosa.
Envié correos y dejé mensajes en los muros de Facebook de decenas
de personas que creía cercanas a este autor: amigos de la infancia, editoras,
directores de editoriales, compañeros de generación, funcionarios del sector de
la cultura, narradores habaneros, profesores, en fin… Tres meses más tarde mi
bandeja de correos continuaba deshabitada. Nunca fabulé que ir tras el rastro
de un criptozoólogo podía ser tan embarazoso y apabullante como perseguir a un
críptido. Durante todo un año, he pensado en más de una ocasión, deslizar el
puntero del mouse hacia la carpeta
«Teo Espinosa» en el escritorio de mi ordenador y hacer click en borrar. Para ventura de todos, mi testarudez se impuso.
Una mañana los anzuelos encarnados que mantenía flotando a la
deriva comenzaron a agitar los flotadores. No voy a revelar los nombres de esos
peces abisales que demostraron que no andaba tras un fantasma, pero compartiré
algunos de sus secretos. Teodoro Espinosa pasó su infancia y adolescencia en el
pequeño pueblo de Jaronú, en la región de Camagüey, zona central de Cuba. Las
dos primeras fotos que localicé eran de esa época. En una de ellas, Teo y su
amigo Norberto se inclinan sobre un puente de troncos para beber en un arroyo
cercano a la pista de aviación del batey. Es posible que no tuvieran más de
diez años. Ubicar una foto posterior en Google era utópico, hasta hoy.
Conocido por su erudición, su increíble avidez como lector y su
facundia para sostener charlas hechizantes, Teo se codeó con lo más notable de
la intelectualidad cubana de los ochenta. Constituía una presencia habitual en
la sede de la UNEAC,
de la UPEC,
o en la Cinemateca de Cuba. Quienes lo conocieron lo evocan como un buen
escritor, original y nunca bien leído, dotado de un fino sentido del humor, con
un altísimo concepto del patriotismo y la amistad. Durante un tiempo impartió
clases de Español-Literatura en la Escuela de Capacitación de la Industria
Alimenticia ubicada en Amistad y San Rafael, mientras invertía su tiempo libre
en la traducción del inglés al español,
y por supuesto, en la escritura.
En 1980 ante la marea humana que abordaba los barcos con destino a
Estados Unidos por el puerto habanero del Mariel, Teo resolvió quedarse
mientras rumiaba la conocida frase martiana: "
Viví en el monstruo y
conozco sus entrañas". Según las fuentes orales consultadas, Espinosa
residió un tiempo en Norteamérica donde aprendió a dominar a la perfección el
idioma, pero al no poder desligarse por completo de Cuba, terminó regresando al
país. Además, sus amigos aseguran que Teo podía probar que José Julián Martí
Pérez, nada más y nada menos que nuestro Héroe Nacional, era parte de su árbol
genealógico.
En sus charlas deliciosas no faltaban los fenómenos Ovnis, los
sucesos anómalos, los animales extraños, seres y circunstancias que tampoco se
ausentaron de su literatura. A Historia
sobrenatural, que cumple tres décadas en este 2018, le siguieron Usos de la razón (1989), libro de
relatos donde en la pieza inicial, el conquistador español Pablo de Jesús es
frecuentado por la presencia de un hada, luego aparecerían con carácter póstumo
Biografía de fantasmas (1998) y Apócrifos textualmente copiados (2010).
En 1993, cuando la crisis económica conocida como Período Especial en tiempos
de paz alcanzaba su punto álgido, Teo Espinosa con solo cincuenta años, se
encerró en su apartamento en el Vedado, y en la bañera, se trozó las venas
hasta desangrarse.
Como palomitas de maíz, las respuestas explotaban ante mis ojos.
Manos amigas enviaban desde Europa una foto de Teo en 1989, precisamente la que
había elegido para la contraportada de Usos
de la razón. Sus libros fluían hasta mi mesa de trabajo de regiones
inverosímiles. Los dispuestos a tomar parte en una investigación casi policial,
se sumaban a mi indagación personal. Contradictoriamente cada respuesta
estimulaba un crecimiento exponencial de mis preguntas. ¿Alguna de las revistas
nacionales publicaría Ovnis y extraterrestres?
¿Quiénes estuvieron detrás de los libros aparecidos en 1998 y 2010? ¿Qué hay de
su familia? ¿La mujer, el hermano que reside en los Estados Unidos, el hijo
único? ¿Por qué esta densa niebla sobre la superficie? ¿Acaso no comprenden la
urgencia de que la obra de Teo sea revisitada en tiempos hechos de olvido y
desmemoria? ¿Dónde permanece Biografía de
fantasmas, ese texto que no he conseguido rastrear? ¿Qué desequilibro lo
condujo inevitablemente al suicidio?
Vuelvo a lanzar anzuelos. He escrito con frenético golpeteo de
teclas medio centenar de páginas sobre Teodoro Espinosa, y esa narración pugna
por convertirse en libro. Celebrar el 30 aniversario de Historia sobrenatural, presentar al mundo científico al primer
criptozoólogo cubano, ofrecerles una foto, y trazar las coordenadas de su
convulsa existencia, pudieran hacerme sentir complacido. Pero solo estoy en la
línea de arrancada. Ya es bastante tarde
para irme con mis cañas a otro lago. Mientras me sumerjo en estas turbias aguas
donde todavía no vislumbro el fondo, una frase de Albert Camus, queda grabada
en mi memoria, a salvo de la voracidad del Kurak-tan: “siempre hay algo
conmovedor en el homenaje que un hombre le rinde a otro”.
Moisés Mayán Fernández (Holguín, Cuba, 1983): Licenciado en
Historia. Poeta, narrador y editor multipremiado. Ha publicado los libros de
poesía Fábula del cazador tardío (2007), El monte de
los transfigurados (2009), Cuando septiembre acabe (2010), El
cielo intemporal (2013), Raíz de yerba mate (2015)
y Estética de la derrota (2017). Muestras de su obra aparecen
en numerosas antologías en Cuba y en el extranjero. Es miembro de la Asociación
Hermanos Saíz y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Colaborador asiduo de boletines, revistas y blogs de temáticas diversas.
Aficionado a la criptozoología y a la pesca deportiva.
Moisés Mayán en Criptozoología en España: