miércoles, 29 de abril de 2020

El hombre que vio al último carpintero real, por Moisés Mayán


Pareja de carpinteros reales 
capturados a fines del siglo XIX
por Juan Cristóbal Gundlach, 
naturalista cubano nacido en Alemania
Mis primeras visitas a Pinares de Mayarí, Farallones de Moa y La Melba, no tuvieron el propósito confeso de observar aves, sino de cumplir con una indicación del Instituto Cubano del Libro, la denominada Feria del Libro en la Montaña. Mis incursiones en esos sitios comprendidos dentro del Plan Turquino del oriente de Cuba, tenían como objetivo compartir poemas con los lugareños, y montar algún improvisado puestecito de venta de textos. Naturalmente, en cuanto terminaban aquellas agotadoras sesiones y mis compañeros aprovechaban para darse un buen chapuzón en los ríos menos contaminados del planeta, o zamparse la carne blanca de los cocos, yo, cámara en mano, me introducía en el monte.


Pronto descubrí que mis observaciones precisaban de un soporte bibliográfico, pues aunque el trabajo de campo era definitivamente inspirador, no rendiría los frutos necesarios si no lograba clasificar lo que tenía delante de mis ojos. Los gérmenes de la investigación infectaron mi sangre en esas caminatas bajo los bosques pluviales del Parque Nacional Alejandro de Humboldt.

El pasado septiembre, un joven cubano que cursa un doctorado en Literatura Clásica en la Universidad de Salamanca me contactó para realizar una serie de observaciones de aves en mi provincia de residencia, Holguín. Él disponía de ciertos medios utópicos para mí: un auto de renta, unos binoculares profesionales y una cámara con teleobjetivo autoajustable. Al mes siguiente le devolví la visita y desandamos por la ribera del Tormes en busca de especies de interés.

Cubierta del libro "En
busca del carpintero real
en el oriente de Cuba"
 
Al percatarme que apenas podía asentir con la cabeza mientras él me señalaba algún ejemplar oculto en el follaje, resolví protagonizar un maratón de lecturas básicas sobre cuestiones ornitológicas. En pocas palabras, necesitaba alfabetizarme al respecto. Aunque había escuchado en incontables ocasiones hablar del carpintero real, y podía identificarlo sin temor a equivocaciones en cualquier guía ornitológica, mis conocimientos sobre esta legendaria especie eran más bien difusos. 

Entonces, justo antes de naufragar en el universo YouTube, descubrí un video de 5:27 minutos de duración, que hacía las veces de demo promocional del libro En busca del carpintero real en el oriente de Cuba, de Alberto R. Estrada. Absolutamente fascinado por el audiovisual fui a darme de bruces contra el texto que anunciaba: "Este libro solo está disponible en Amazon.com y en Amazon Kindle". En los últimos ocho segundos mi esperanza de consultar el texto se desvaneció.

¿Cómo puede un cubano que vive en la Isla hacerse con un libro de Amazon? Con cierta experiencia en la descarga de bibliografía electrónica en diversos formatos, desemboqué en Amazon, y lo único que logré fue realizar una captura de pantalla de la cubierta del libro. Devoré todo lo publicado en Wikipedia, Ecured, en las versiones digitales de la revista Flora y Fauna, en El pitirre (Boletín de la Sociedad Caribeña de Ornitología), en varias tesis de doctorados y maestrías, e invertí mis escasas horas de conexión quemándome las pestañas frente a la pantalla de mi laptop. En ocasiones, bastante maltratado por las intensas jornadas de navegación, que les aseguro corroen más que abrirse paso en los húmedos senderos de La Melba, hacía clic en la Web de Amazon y observaba En busca del carpintero real… Solo por aquello de que vista hace fe.

Una de las grandes revelaciones que experimenté durante esos meses fue toparme con la extensa crónica "¿Podemos encontrar en Cuba al carpintero real?"[1] Bajo ese sugerente título, Mac McClelland relataba la expedición de un observador de aves, un ornitólogo, una escritora y un fotógrafo a Ojito de Agua, el mismo destino donde en 1986 Alberto R. Estrada y Giraldo Alayón habían avistado carpinteros reales. El observador de aves y el ornitólogo eran nada más y nada menos que Tim Gallagher y Martjan Lammertink, dos viejos conocidos de aquel video promocional de 5: 27 minutos. El relato de unas quince cuartillas, revelaba la participación indirecta de otro coterráneo, el especialista en Historia Natural y fotógrafo, Carlos Peña.

Lo más llamativo del trabajo de McClelland, pese al fracaso de la expedición, era que esta nueva búsqueda se había realizado en fecha tan cercana como 2016. El 23 de febrero de 2020, mientras atravesaba con mis hijas un raquítico bosquecito en plena ciudad, encontré el cuerpo recién abatido a pedradas de un carpintero jabado o antillano (Melanerpes superciliaris), pretexto que me bastó para teclear frenéticamente el artículo "¿Encuentro real con un carpintero o carpintero real el desencuentro?", que apareció publicado una semana más tarde en el blog Criptozoología en España[2].

Alberto R. Estrada en septiembre de 1983 durante una expedición en busca del carpintero real

Luego, la pesadilla global del coronavirus confinó a media humanidad a las cuatro paredes de sus viviendas y volví a la carga con los carpinteros reales. En mi regreso a Amazon reparé en la sugerencia de seguir a Alberto R. Estrada a través de ese barrio virtual que es Facebook. Lo había intentado otras veces sin resultados halagüeños, pero no soy de darme por vencido a la primera, ni a la segunda… Redacté una breve nota, a vuelo de pájaro (nunca mejor dicho), algo así como un mensaje en una botella y lo arrojé al océano proceloso de internet. Tres minutos más tarde, Alberto contestó.

Con una afabilidad a toda prueba, el autor se mostraba dispuesto a facilitarme de inmediato una versión electrónica de su libro. Era tan sencillo como enviarle mi dirección de Gmail y cruzar los dedos para que la precaria conexión me permitiera descargar los poco más de 22 megas del archivo. El documento constaba de 144 páginas, que se evaporaron demasiado rápido frente a mi avidez de lector. El hombre que había estado en más 10 expediciones en busca del Picamaderos Picomarfil, el mismo que el 12 de marzo de 1986 a las 4:40 de la tarde, vio durante unos 10 segundos el vuelo de una hembra de carpintero real, me permitía acceder a su trastero y husmear un poco, no podía sentirme menos que privilegiado.

En busca del carpintero real en el oriente de Cuba, más que un libro, es una butaca en primera fila, un boquete intemporal que nos permite, desde la cómoda postura del lector, acceder a la retirada de una de las maravillas indiscutibles de la fauna cubana, el Campephilus principalis bairdii. Después de zamparme el texto de golpe, no comprendía como el periodista cubano Félix Guerra pudo desde las páginas de Bohemia, descreer de los avistamientos, pues si algo rezuma el libro de Alberto R. Estrada, es sinceridad. Como los goteantes helechos de Monte Iberia, donde clasificaba las nuevas especies de anfibios colectadas, así son sus testimonios.

Foto de una hembra de 
Carpintero Real tomada 
en 1948 por John Denis 
en  Pinares de Mayarí 
(Holguín, Cuba) 
El volumen está a salvo de cualquier pretensión, científica o literaria, es sencillamente un corte en la realidad, una muestra sobre el portaobjetos, el mapa de un hombre en el terreno. ¿Por qué no tenemos una fotografía? ¿Por qué casi una decena de avistamientos no legó a la posteridad una sola imagen del ave? La respuesta es simple, ni Alberto, ni su libro, ni el carpintero real, necesitaban esa fotografía. Lejos de actuar como argumento para rebatir la veracidad de los relatos, la ausencia de esa prueba, los apuntala y consolida. ¿Cuánto tiempo le hubiera demorado al autor manipular una imagen y restregarla en las narices de sus detractores? Los que hemos observado con detenimiento la foto de George Lamb en las inmediaciones de Moa en 1956, sabemos que sería solo cuestión de minutos.

El carpintero real posee un perfil tan acentuado que no sería demasiado embarazoso falsear una imagen. Basta con retocar un poco la silueta de un carpintero de gorro y hoy la foto de Estrada estaría en cientos de catálogos de ornitología, dándole la vuelta al mundo con aire de misterio y exclusividad. Sin embargo, Alberto no sucumbió a la tentación de adjudicarse una imagen apócrifa. Es un hombre y su circunstancia, eso le basta y debería bastarnos a nosotros. En su libro enuncia a pecho descubierto, sin dobleces, ni máscaras, lo siguiente: "Cada uno de los que fuimos protagonistas de esta historia, sabemos qué parte es verídica y qué otra es sólo leyenda"[3].  
No hay filigranas en quien escribe, el camión Gaz 66 está listo para partir a las montañas, y Alberto nos extiende la mano al abordar la escalerilla. Sin reparos, ni autocensuras, comparte con los lectores: croquis de las regiones exploradas, mapas, permisos técnicos de caza, autorizaciones de la Academia de Ciencias de Cuba, notas manuscritas, recortes de prensa, y toda una galería de fotos de incalculable valor. No se reserva para sí nada que pueda sernos de utilidad; no encuentro para esa actitud otro calificativo que altruismo.

Precisamente, deteniéndome en las fotos, advierto que el Museo de Historia Natural "Carlos de la Torre" de la ciudad de Holguín, poseyó entre sus colecciones una pareja de carpinteros reales capturados a fines del siglo xix por el naturalista Juan Cristóbal Gundlach. La pregunta es ¿dónde están esas piezas de taxidermia que mostraban un saludable estado de conservación en la instantánea de Ji Forrest? He revisado de arriba abajo y de izquierda a derecha la sala de aves de este museo, y no hay rastros de la pareja. ¿Se extinguieron también los ejemplares sometidos a taxidermia?

El biólogo cubano Alberto R. Estrada,
vive actualmente en Florida (Estados
Unidos) y se desempeña como escritor
independiente
Con el transcurso de los años, después de publicar una decena de poemarios, de asumir como oficio el espinoso proceso de la edición, y de integrar no pocos comités de lectores, me he vuelto incrédulo con los libros. Sin embargo, en las casi tres horas que emplee en la lectura de En busca del carpintero real en el oriente de Cuba, he permanecido con las alarmas desconectadas, y todas mis fortalezas de lector, arrasadas. Recostado en mi cama, desplazando las yemas de los dedos por la pantalla del teléfono, he sido víctima de un gozo inaugural, primigenio, he visto al picamaderos posarse enérgicamente en el tronco de un pino seco. Doy fe de ello. La imagen de "lector macho" que me había creado a fuerza de múltiples lecturas, se hizo astillas con cada página.

Todavía con el vértigo en los párpados, un amigo me remite desde Washington, la foto de una pareja de carpinteros norteamericanos (Dryocopus pileatus), tomada específicamente detrás de los edificios del Center for Hellenic Studies. Impresiona el parecido entre esta especie y el carpintero real. Recuerdo sin esfuerzo, la jerga campesina del minero Alberto Garzón, cuando le mostraron las láminas del carpintero de gorro, y me percato en ese momento que el libro ha socavado mi realidad. Quizás porque el texto no le pertenece ya a Alberto R. Estrada, es propiedad de nosotros, sus lectores, hombres y mujeres que nos dedicamos al estudio de la flora y fauna del archipiélago cubano. Esos que hemos visto al ave franquear rauda el bosque de nuestros sueños.

Alberto ha forjado un monumento a la memoria de un rey, el picamaderos picomarfil, la rareza que encabezaría cualquier relación de críptidos cubanos, y creo, a pie juntillas, que ese hombre afable de tupida barba cana, posee el peculiar récord de haber visto "a ojo pelado" el último carpintero real que vivió sobre la tierra.

[3] Alberto R. Estrada: En busca del carpintero real en el oriente de Cuba, pág 131, (Disponible en Amazon).

Moisés Mayán Fernández (Holguín, Cuba, 1983): Licenciado en Historia. Poeta, narrador y editor. Ha publicado los libros de poesía Fábula del cazador tardío (2007), El monte de los transfigurados (2009), Cuando septiembre acabe (2010), El cielo intemporal (2013), y Raíz de yerba mate (2015). Muestras de su obra aparecen en numerosas antologías en Cuba y en el extranjero. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Colaborador asiduo de boletines, revistas y blogs de temáticas diversas. Aficionado a la criptozoología y a la pesca deportiva.




Para saber más:

Muchas gracias a Moisés Mayán por querer publicar su nuevo artículo en Criptozoología en España. Si deseas leer los demás trabajos de este genial investigador puedes hacerlo en los siguientes enlaces:

¿Encuentro real con un carpintero o carpintero real, el desencuentro? ( mar.2020)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Se pueden encontrar otra publicaciones en la revista especializada de BridsCaribbean(anteriormente El Pitirre)que también aportan información sobre el proceso de reducción de sus poblaciones y criterios sobre su estado de conservación actual, del primer autor Carlos Peña, quien ha participado en las expediciones del CR antes de su redescubrimiento y después de este.
Con relación a los ejemplares del Museo de Historia Natural de Holguín, estos se encuentran en las colecciones de estudio, las cuales generalmente no son expuestas al público, esta es la razón posible, que el autor del escrito al visitar el Museo no tuviera la oportunidad de verlos en exposición.