viernes, 11 de diciembre de 2020

Serpientes gigantes en los campos de Cuba. Más allá de la leyenda

Por Moisés Mayán


Antecedentes y referencias


En mis incursiones en la criptofauna cubana, la “madre de aguas” seguía siendo una asignatura pendiente. Sin embargo estaba absolutamente seguro, que más temprano que tarde, saldría a seguirle el rastro a alguna de estas criaturas, pero el disparo de arrancada no se producía. Aunque los criptozoológos tenemos fama de ser los “pobres tarados” de la comunidad científica internacional, lo cierto es que trabajamos con los mismos presupuestos que nuestros colegas acreditados. De modo que no iba a lanzarme a desarrollar un sistema de pesquisas, sin antes tener un hilo luminoso del cual tirar.


Aunque es desde 1940 cuando en el campo cubano comienzan a colectarse los testimonios referentes a la “madre de aguas”, lo cierto es que esta criatura no pertenece exclusivamente a la mitología cubana, pues ha estado presente en el imaginario de pueblos latinoamericanos e incluso africanos. Fue en 1940 cuando alumnos de Gramática y Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua La Grande (Villa Clara), coordinados por la profesora Ana María Arriso, se dedican a recopilar historias sobre los avistamientos de la “madre de aguas” de la laguna de Los Hoyuelos.

Hacia 1962, luego ya del triunfo revolucionario, el notable investigador cubano José Seoane Gallo, recoge otro testimonio al entrevistar al obrero José Miguel Rodríguez, vecino del barrio El Condado. Sin temor a dudas los principales aportes para adentrarnos en el enigma de las “madres de aguas” son los compilados por la labor investigativa del etnólogo Samuel Feijóo y que se pueden consultar en su libro Mitología cubana (1980).

Para contar con una representación visual de esta enigmática criatura, desechando todo lo de sobrenatural que gravita sobre la “madre de aguas” y concentrándonos solo en rasgos morfológicos descritos por testigos visuales, podríamos concluir que nos referimos a un ofidio de gran talla, con escamas gruesas y difíciles de penetrar, que en ocasiones ha sido descrito con dos protuberancias en forma de cuernos sobre la cabeza, e incluso con barbas pilosas bajo la mandíbula inferior. En todos los casos la “madre de aguas”, como su propio nombre sugiere, está asociada a manantiales, ríos, lagunas y pozos profundos, por lo tanto podría insertarse en el índice de serpientes lacustres para su estudio criptozoológico.

El Majá de Santa María, un candidato probable

Si vamos a desentrañar la naturaleza de una criatura como esta es bastante probable que nos esforcemos por relacionarla con algún miembro análogo de la fauna local. En ese caso, los votos favorecen al Epicrates angulifer o Majá de Santa María, una boa cubana de color amarillo dorado con manchas oscuras, que constituye el mayor ofidio de todos los que habitan en la Isla. Resulta sumamente curioso que el Majá de Santa María esté incorporado a una mitología popular que nada tiene que envidiarle a la protagonizada por la “madre de agua”.

Majá de Santa María
En primer lugar, muchos guajiros aseguran que el majá siente predilección por el olor y el sabor de la leche materna humana; intentona quizás involuntaria de anexar a nuestra boa a la tradición de mitos clásicos de las llamadas “serpientes mamadoras” que se replican en numerosas culturas desde la antigua Grecia hasta los relatos nórdicos. Otros mitos en torno al Epicrates angulifer, proponen que el ofidio posee la capacidad de acoplar las secciones de su cuerpo separadas por un machetazo, y además lo ubican como sustituto de las serpientes al servicio de los paleros que descienden de las etnias del reino de Manicongo.

El 4 de enero de 2007, el periódico Juventud Rebelde publicaba un artículo sobre el hallazgo en el batey Armonía en Bolondrón, provincia Matanzas, de un ejemplar juvenil de Majá de Santa María con dos cabezas vitales. A pesar del revuelo que produjo este ejemplar, minuciosamente examinado por el Dr. Tomás Ramón Escobar Herrera, por ese entonces director del Zoológico Nacional, lo que nos parece más interesante es por ejemplo, que en la Amazonía  la “madre de aguas” se ha bautizado como Yacu-mama y de acuerdo a lo publicado por Gina Picart en su blog Hija del Aire, “se dice que es una serpiente acuática de dos cabezas, con un cuerpo enorme y cilíndrico que puede medir hasta 30 metros y devora a quienes se bañan en las aguas donde habita”.

Un año después, el 1ro de julio de 2008, nuevamente el Majá de Santa María volvía a acaparar titulares en el Juventud Rebelde, esta vez luego que un ejemplar de aproximadamente un metro de largo mordiera a la niña Adis Amelia González Tillán de seis meses de nacida mientras dormía en su casa del municipio Cerro en La Habana. El animal atraído quizás por el olor de la leche materna, repitió varias veces sus visitas a la cuna de la pequeña hasta que el padre lo descubrió y lo eliminó valiéndose de su machete. La pregunta que se impone en este momento de la narración es si podemos atribuir el mito de la “madre de aguas” al Majá de Santa María y zanjar esta polémica que lleva siglos enraizada en imaginario del campesino cubano.

En la línea de arrancada

Como les dije con anterioridad no había tenido tiempo para dirigir mis inquietudes científicas a la presunta “madre de aguas” y me encontraba focalizado en críptidos cubanos más convencionales como el carpintero real (Campephilus principalis bairdii) o el almiquí (Solenodon cubanus). Esperaba pasivamente un pretexto para hincar los colmillos en el tema de las desmesuradas serpientes de los campos cubanos, mientras devoraba un libro tras otro sobre religión en busca del necesario marco teórico de mi tesis de Maestría. 

Fue entonces cuando tropecé con una rarísima publicación, el ejemplar único del libro Nuestras raíces adventistas de la Máster en Teología Sara Zaldívar Zaldívar, quien trazaba a grandes rasgos un itinerario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde su organización en los Estados Unidos en 1863 hasta su asentamiento en el entorno cubano y holguinero.

En la página 64 del único ejemplar del referido título, que además fue impreso por medios propios y para consumo de unos pocos allegados, descubrí la siguiente incitación, que constituiría el ansiado detonante de mi búsqueda de la “madre de aguas”:

El ciclón Flora hizo estragos en las localidades cercanas, como Cauto Cristo. Allí se encontraba la familia adventista de los Montejo. Su casa se anegó en agua, y vieron como entraba por una puerta y salía por otra un gran animal nadando, se le pareció a un cocodrilo”.

¿Por qué a partir de este fragmento determiné que había llegado el tiempo de iniciar las exploraciones? Bueno, para responder a esa pregunta, debo compartirles otra anécdota que me relató Luis Alberto Isidor, también miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Según me narraba este amigo, cuando el ciclón Flora azotó el Oriente de Cuba en el año 1963, una familia de campesinos adventistas de la zona de Cauto Cristo, sorprendidos por la súbita crecida del río Cauto, no tuvieron otra alternativa que escalar al techo de guano de su casa mientras esperaban por las brigadas de rescate y salvamento.

De pronto, notaron que en aquel océano de sedimento venía flotando el tronco de una palma. Cuando estuvieron más cerca del objeto descubrieron que la supuesta “palma” se movía de forma extraña, y solo entonces se percataron que no se trataba de un tronco, sino de una serpiente gigante. Las mujeres entraron en pánico y amenazaron con lanzarse al agua buscando alejarse del animal, sin embargo el ofidio envolvió su cuerpo a las ramas de un árbol y permaneció unos minutos observándolos fijamente con sus grandes ojos amarillos. Luego se soltó de las ramas y siguió nadando arrastrado por la corriente.

El ciclón Flora fue algo así como la versión cubana del diluvio bíblico, pues además de un millar de víctimas, arrasó con viviendas, puentes, miles de caballerías de arroz, campos de caña, cafetales, servicio eléctrico, e incluso Fidel Castro sufrió un accidente cuando el vehículo anfibio donde viajaba se hundió en el cruce del río La Rioja. Es común que ante el paso de estos eventos naturales, algunas especies sean desplazadas de sus hábitats y aparezcan en zonas desacostumbradas, por lo tanto los avistamientos de grandes animales nadando en las aguas del Cauto durante el Flora, poseían cierta explicación factible.

Con estas dos contribuciones al fenómeno de la “madre de aguas” le pedí a Sara Zaldívar, que de ser posible me revelara la identidad del informante que le había transferido la anécdota recogida en su libro y ella me facilitó un nombre, Aracelis Sánchez. En el caso de Luis Alberto Isidor, solo amplificaba un relato que llegó hasta él producto de la tradición oral, pero no conseguía aportar un informante en particular, de manera que me dispuse a visitar cuanto antes a Aracelis Sánchez. Con las preguntas iniciales a esta amable anciana de más de ochenta años, pude determinar rápidamente que sus aportes no irían más allá de lo mencionado en el libro de Sara Zaldívar; es más, ni siquiera había sido ella la que presenció el raro animal, sino la familia Montejo, con los que mantenía relaciones de parentesco.

Información de primera mano

Un poco desanimado, me puse en pie para concluir con la visita cuando Aracelis me anunció que sus primas Élida y Eva Montejo sí habían observado la criatura en 1963, que ambas estaban vivas aunque muy mayores, y que de Eva, tenía no solo la dirección sino también el número teléfono. Casi doy un salto en la pajilla del sofá donde permanecía sentado junto a mi esposa. Aracelis se levantó del balance y regresó con una pequeña libreta de notas que temblaba en sus manos. Yo mismo localicé los datos, agradecí, y tres minutos después estaba llamando a Eva Montejo.

El hombre que salió al teléfono me pidió que le hablara alto, pues producto de la edad, Eva afrontaba serias limitaciones con su audición. En cuanto la voz quebradiza de la anciana sonó del otro lado de la línea, supe que no había elaborado un argumento convincente para que me abriera las puertas de su casa, y accediera a ser interrogada. Imaginen que digo algo como esto: “Hola Eva, soy un criptozoólogo y ando tras la pista de una serpiente gigante conocida como ‛madre de aguas’, además tengo buenas razones para asegurar que lo que atravesó su casa en octubre de 1963, no fue ningún cocodrilo sino una de esas enigmáticas criaturas, ¿cree que puedo entrevistarla?”

Ya sé que les suena descabellado, así que preferí aferrarme al vínculo que de alguna forma nos unía a Sara Zaldívar, Aracelis Sánchez, Eva Montejo y a mí, la Iglesia Adventista del Séptimo Día. “Producto de la cercanía del fin de año estamos visitando a algunos hermanos que no pueden asistir a la iglesia, y nos gustaría conversar con usted”, fue todo lo que dije, algo que era además una verdad irrefutable. Cuando Eva Montejo colgó el teléfono, yo contaba con una carta ganadora en mi poder. Un día, miércoles, y una hora, dos y treinta de la tarde.

El autor, Moisés Mayán

Aunque no lo crean, entre este párrafo y el anterior hay setenta y dos horas de diferencia. He estado comiéndome furiosamente las uñas y caminando de aquí para allá sin conseguir concentrarme en otro objetivo que no fuera la visita a Eva Montejo. Anoche me levanté a las dos de la madrugada y a pesar de zamparme un ansiolítico no pude conciliar el sueño. Lo que en verdad me mantenía en vigilia no era tanto el hecho de encontrarme con Eva Montejo, sino la posibilidad de que su testimonio desarticulara la hipótesis en la que se fundamentaba mi trabajo de investigación. Eva y su hermana Élida, quien me aseguraron vivía todavía en la región de Cauto Cristo, provincia Granma, eran presumiblemente las únicas dos personas que habían visto en todo el Oriente del país una “madre de aguas”, y tomando en consideración que Luis Alberto Isidor no podía facilitarme un ser de carne y hueso apuntalando su relato, más que un informante clave, Eva se convertía en mi única fuente primaria.

Ya sé que a los cubanos no nos distingue la puntualidad, pero a las dos de la tarde yo estaba sentado en la sala del apartamento de Eva Montejo, mientras su esposo le anunciaba que había llegado la visita. Sostenida por su compañero de la vida, Eva irrumpió en la sala auxiliándose de un bastón metálico con empuñadura plástica. Su apariencia era tan frágil que por unos segundos pensé que no podría llevar a cabo nuestra conversación. “¿Usted fue el que llamó por teléfono?”, me pregunto mientras se acomodaba los cojines en la espalda. Asentí con la cabeza y acerqué mi butaca a su asiento para que pudiera escucharme mejor. Era el 9 de diciembre de 2020.

Efectos del ciclón Flora en Cuba (1963)

Necesitaba regresar a un episodio puntual ocurrido cincuenta y siete años antes, y además reunir el mayor número de detalles posibles. Era una tarea titánica, pero ya que había llegado a ese punto me disponía a proseguir hasta el final. “Era octubre de 1963, el ciclón Flora cruzaba por el Oriente de Cuba y las fuertes lluvias provocaban inundaciones severas. Las aguas del río Cauto subieron desproporcionadamente y llegaron hasta el caserío de Pestán…” En ese punto Eva me interrumpió: “Fue algo terrible, parecido a un diluvio, la gente se subía a los techos, dentro de la casa el agua nos llegó hasta las rodillas”. “¿Y quiénes estaban con usted?” “La familia, mi padre, mis hermanos, mi madre no, porque estaba ingresada en Bayamo. Todos éramos cristianos”. “¿Y Élida estaba ahí?” “Sí, Élida también”. “¿Ella vive todavía en Cauto Cristo?” “Sí, pero tiene un hijo muy enfermo, pobrecita”.

El esposo se puso en pie justo detrás de Eva y me aclaró que Élida había muerto recientemente, pero que preferían que ella no se enterara. Tomé una bocanada de aire helado y me dispuse a afrontar el núcleo duro de la entrevista. “Según me contó su prima Aracelis, ustedes vieron un animal muy grande que entró nadando a la casa”. “¿Un qué?” (Pensé una vez más que la investigación se iría a pique). “Un gran animal que entró nadando por una puerta y salió por la otra”. “Ah, sí fue algo muy grande, largo, rollizo, con la piel manchada, pero no me dio miedo. Atravesó en silencio toda la casa”.

“¿Se le parecía a algún animal conocido?” “No sé, solo que era muy grande y alargado”. “¿Sus familiares qué opinaron sobre esa criatura?” “Nada, ellos no lo vieron, solo yo lo vi. Es increíble que Aracelis se acuerde de esa historia”. “Hay también un libro donde se narra brevemente su encuentro con el animal”. “¿Sí?” “Sí, se dice incluso que era un cocodrilo”. “No, no era un cocodrilo, era otra cosa. Recuerdo muchos detalles de ese día. Vino a visitarnos un muchacho en su caballo y luego nos enterábamos que se había ahogado, fue muy doloroso”.

En la punta de la lengua me escocía una incógnita más: ¿Sería como una serpiente gigante? ¿Una serpiente mucho más grande que cualquier Majá de Santa María que usted hubiera visto? Pero temía estar manipulando un testimonio de tanto valor, así que di por terminada la entrevista, sintiéndome absolutamente satisfecho. En primer lugar porque poseía la seguridad de que aquel misterioso animal no era un cocodrilo. En segundo, porque recientemente había estudiado la ictiofauna de la región biogeográfica del Cauto, y por esa fecha, ningún pez podría exhibir esa talla, y mucho menos, una piel moteada. En tercero, porque contaba con una historia complementaria de la misma zona, durante el mismo fenómeno climatológico, donde una familia de campesinos había avistado desde el techo de su casa una serpiente que inicialmente confundieron con una palma.

A modo de conclusiones

El Epicrates angulifer puede llegar a medir unos seis metros de longitud, y a simple vista su cuerpo exhibe manchas de color marrón o amarillo oscuro, pero me parece que hacerlo coincidir con la criatura que protagonizó estos dos avistamientos sería poco menos que arbitrario. Si bien, el presente trabajo y las decenas de testimonios recopilados en Cuba desde 1940, no constituyen pruebas definitivas de la existencia de la “madre de aguas”, quizás si apunten a la presencia de boas gigantescas en nuestros campos, un hecho que los científicos convencionales no están dispuestos a admitir. Se creía mayoritariamente que las “madres de aguas” se habían asentado por la caprichosa evolución de la leyenda en el centro de la Isla, sin embargo en Oriente donde se encuentran el río más caudaloso de Cuba, el Toa, y el más largo, el Cauto, las referencias a este legendario ser son casi nulas.

Podemos afirmar con incuestionable certeza que desde hace unos sesenta años no se reportan avistamientos de la “madre de aguas” en el archipiélago, por lo tanto quizás estemos asistiendo a la paulatina desaparición de un mito que no preocupa en lo más mínimo a las jóvenes generaciones. Sin embargo, en julio de 2020 la prensa cubana anunciaba el descubrimiento de una nueva especie de serpiente la Tropidophis steinleini sp. nov, quien hasta la fecha no tiene nombre común. Según el propio artículo, “la única hembra conocida se asoció con una vegetación xérica formada por baja sequía, matorrales y cactus, en los alrededores costeros semidesérticos del faro de Punta Maisí. La serpiente fue encontrada en el borde cementado de un pozo, probablemente en busca de agua”.

Tropidophis steinleini sp. nov

Aunque no estamos hablando de un ofidio gigante, la aparición de una nueva especie deja siempre abierta la posibilidad de que existan muchas otras que aún no han sido catalogadas y autenticadas por un comité de expertos. Por el momento las serpientes gigantes en Cuba continuarán ovilladas en los oscuros pozos del folclor campesino, un patrimonio intangible al que deberíamos aferrarnos con uñas y dientes. Cuando a fines de 2019, el grupo de teatro Los cuenteros de San Antonio de los Baños en Artemisa, llevó a escena ―como celebración por sus cincuenta años― la obra Cyriano y la madre de aguas, quise pensar que todavía no hemos renunciado por completo a ese mundo de fabulación incesante que arraigó en nuestros campos plantado por la buena mano del guajiro.

Agradecí al excelente dramaturgo matancero y amigo personal, Ulises Rodríguez Febles, por la escritura en 1998 de Cyriano y la madre de aguas, y mientras abrazaba quizás por última vez a Eva Montejo, en una fría tarde de diciembre, volví a ver a través de sus ojos, aquel extraño animal, largo y rollizo, con la piel manchada, que por lo menos para mí, será siempre una “madre de aguas”.

 

Bibliografía consultada:

Feijóo, Samuel: Mitología cubana, Letras Cubanas, La Habana, 2003.

Periódico Juventud Rebelde, (4 de enero de 2007, 1ro de julio de 2008, y 21 de septiembre de 2008).

Picart, Gina: “Madre de agua a la cubana” en blog Hija del Aire, 4 de agosto de 2010, disponible en https://ginapicart.wordpress.com/2010/08/14/madre-de-agua-a-la-cubana/

Revista de folklore, Fundación Joaquín Díaz, No. 449, España, julio 2019.

Rivero Glean, Manuel y Gerardo E. Chávez Espínola: Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2005.

Zaldívar, Sara: Nuestras raíces adventistas, Impreso por medios propios, Holguín, 2017

www.cubadebate.cu/noticias/2020/07/25/una-nueva-especie-de-serpiente-para-cuba-fue-hallada-en-punta-de-maisi/


1 comentario:

Anónimo dijo...

en Otros Mundos 26×21 de la pasada semana Moisés Mayán habla largo y tendido sobre estas serpientes grandes cubanas, escuchar a partir del minuto 102

https://www.ivoox.com/podcast-otros-mundos-la-nave-del-misterio_sq_f1902_1.html