miércoles, 4 de marzo de 2020

¿Encuentro real con un carpintero o carpintero real, el desencuentro?, por Moisés Mayán


Moisés Mayán
Esa mañana creí ser Walter Boles. Después de un viaje de seis semanas estudiando las aves y reptiles del norte del continente, Boles y sus compañeros de viaje se detuvieron al borde de la autopista 83 para observar una bandada de canasteras patilargas, cuando de repente, a los pies de este reconocido ornitólogo, apareció el cuerpo de un papagayo nocturno australiano. La especie se consideraba extinguida, pues desde 1912 cuando había sido capturado un ejemplar, nunca más se habían tenido noticias del misterioso pájaro. Lo absolutamente curioso es como el 17 de octubre de 1990, el cadáver del papagayo nocturno fue a dar con las botas de Walter Boles.

El pasado domingo 23 de febrero, realizaba junto a mis hijas y una de sus amigas, un trayecto de unos dos kilómetros hasta casa de su abuela materna. De repente y sin planificación previa, determinamos atravesar un bosquecillo de árboles de mediana altura, donde había avistado semanas atrás un solitario garzón (Ardea alba). El término "bosquecillo" a pesar del diminutivo sigue siendo un eufemismo, pues nos referimos a una zona bastante transitada, donde los vendedores de cerdos y pavos pululan de un lado a otro, y casi todos los fines de semana se emplaza un termo para la venta de cerveza a granel.

En fin, después de localizar el delgado cuello de la garza real, vieja conocida también de mis hijas, tropecé de pronto con el cuerpo de un carpintero antillano o jabado (Melanerpes superciliaris). Aunque el carpintero jabado es la más común de las subespecies de carpinteros endémicas, no es usual observarlo en una ciudad de casi medio millón de habitantes. El cuerpo estaba todavía flácido y las hormigas se encontraban en fase exploratoria.

Foto: Moisés Mayán
Entonces me incliné para hacerle algunas fotos, y descubrí casi al instante, que los percances que siempre imputan a las fotografías de criaturas de interés criptozoológico, no tienen nada de artificioso. La cámara de mi teléfono permanecía ciega, como en pleno eclipse, así que sin salir del asombro lo reinicié, solo para descubrir que la batería comenzaba a parpadear. Enfoqué el cuerpo del carpintero y con menos de diez por ciento de carga, realicé un disparo. El teléfono se apagó de inmediato.

Entre mis hijas y su amiga tenía tres teléfonos más a mi disposición, así que las interrogué para conocer las propiedades de sus cámaras. El resultado era frustrante, pero apunté como pude con el teléfono de mi hija menor e hice blanco en la maraña de plumas blanquinegras del jabado. En cuclillas, mientras los vendedores de cerdos me espiaban con desconfianza, palpé el cuerpo del ave hasta que encontré una perforación a la altura del pecho. Como suponía, el carpintero había sido abatido por un tirapiedras, o sea, una horqueta de madera a la que adosan dos bandas de goma y un rectángulo de cuero. La creciente proliferación de tórtolas de collar (Streptopelia decaocto) en ambientes urbanos a todo lo largo de la Isla, ha traído como consecuencia el surgimiento de cazadores improvisados, en su gran mayoría niños y adolescentes que abrevian el ocio disparando a cuanto animal se les ponga a tiro.

De llegar solo media hora antes, es posible que hubiéramos visto al carpintero moverse con gracilidad entre las ramas, mientras sus victimarios seleccionaban el proyectil. Levanté el cuerpo emplumado de la hierba, y me percaté que no conocía a ningún taxidermista en la ciudad, y por lo tanto era un total iletrado en cuanto a la forma de preservación de semejante ejemplar, lo único que se me ocurría era embutirlo en la nevera como un pollo. La preservación a ultranza, es otra de las exigencias que hacemos a menudo a aquellos que en regiones remotas de la tierra, espesas selvas o procelosos ríos, han localizado restos de especies desconocidas.

Foto: Moisés Mayán.

Me pregunté si los muchachos que la habían emprendido contra el jabado tenían nociones sobre su endemismo, y si sabían que precisamente en el mes de febrero estas aves inician su temporada reproductiva. Mis hijas y su amiga veían por primera vez un pájaro carpintero fuera del Loquillo creado por Walter Lantz. Por suerte, cuando llegué a casa y revisé las fotos en detalle, se podía apreciar el píleo rojo (penacho o corona), que tanto distinguió a quien es en la actualidad nuestro más célebre críptido, el carpintero real o picamaderos picomarfil.

En septiembre de 2019 visité el Parque Nacional La Mensura, en Pinares de Mayarí, en el Oriente de Cuba, el mismo sitio donde en 1948, John Dennis fotografió un carpintero real (Campephilus principales bairdii). En junio de 2018 había desandado desde los Farallones de Moa hasta la intrincada comunidad de La Melba, tratando de reconstruir la ruta de los esposos Nancy y George Lamb, quienes fotografiaron un ejemplar en 1958. Por supuesto, aquellas travesías, más que fantasear con la utópica posibilidad de toparme con un carpintero real, procuraban convertirse en un silencioso homenaje a los hombres y mujeres que durante más de 60 años observaron al ave en su último refugio.

Además, mientras recorría resbaladizos senderos a la sombra húmeda de los bosques pluviales, no conseguía sustraerme al influjo de saber que allí anidaron los monarcas de la ornitología cubana. Como si no fueran ya suficientemente atractivos, en esos parajes del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, habita una pequeña población de almiquíes (Sonelodon cubanus), un sobreviviente del período Cretácico. Lo ineludible es que a pesar los avistamientos y de la persistencia de quienes afirman haber escuchado su canto, el carpintero real fue declarado extinto en 1994.

Carpintero real
En fecha tan próxima como 2016, el ornitólogo norteamericano Tim Gallagher, el observador de aves de origen holandés Martjan Lammertink, una escritora y un fotógrafo aterrizaron en el aeropuerto Frank País de Holguín, la ciudad donde nací, con una misión expresa, encontrar al carpintero real. Un campesino, en el corazón de las montañas de Moa, en un sitio conocido como Ojito de agua, juraba haber visto un carpintero real en 2008, mientras en 2011 confirmaba la presencia de su canto. Las extenuantes jornadas de interrogatorios a posibles testigos, observación y uso de imitadores de sonido, no produjeron resultados halagüeños, y la expedición reafirmó las sospechas de que la especie se encuentre irremediablemente desaparecida.

¿Se percatan por qué el papagayo nocturno australiano reapareció a los pies de Walter Boles y no de cualquier otro de sus veintitrés millones de compatriotas? ¿Por qué el carpintero jabado topa con mis zapatillas deportivas en una caminata de rutina? Boles, rescata el ejemplar de la suciedad del arcén, remueve las hormigas e informa al mundo del descubrimiento. Yo, salvando todas las distancias, examino detalladamente el cuerpo, tomo algunas fotografías, les declaro a mis hijas y a su amiga la urgencia que tenemos en Cuba de la anunciada Ley de protección animal, y en medio de la noche mientras mi esposa duerme, escribo estas palabras pensando en esos adolescentes que deambulan por la ciudad con tirapiedras y lapidan especies valiosas por el simple placer de matar.

Quienes a fines del siglo xix diezmaron la población de carpinteros reales con el objetivo de vender los ejemplares a coleccionistas, y las empresas madereras que promovieron la tala de bosques de pinos maduros, nos privaron de contar con el picamaderos picomarfil en el presente. ¿Qué decir de estos "cazadores actuales" a los que les basta abatir al ave y dejarla agonizante al pie del árbol? Antes de terminar este texto, hago clic en mi reproductor de audio y escucho por enésima vez el canto grabado de un carpintero real, canto que quizás nunca más estremezca la calma de la campiña cubana. El domingo 23 de febrero de 2020, mis dedos se mancharon con la sangre de un carpintero jabado, que como ustedes han podido comprobar, no fue a parar a mis pies por casualidad.



Moisés Mayán Fernández (Holguín, Cuba, 1983): Licenciado en Historia. Poeta, narrador y editor. Ha publicado los libros de poesía Fábula del cazador tardío (2007), El monte de los transfigurados (2009), Cuando septiembre acabe (2010), El cielo intemporal (2013), y Raíz de yerba mate (2015). Muestras de su obra aparecen en numerosas antologías en Cuba y en el extranjero. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Colaborador asiduo de boletines, revistas y blogs de temáticas diversas. Aficionado a la criptozoología y a la pesca deportiva.




Para saber más:

Muchas gracias a Moisés Mayán por querer publicar su nuevo artículo en Criptozoología en España. Si deseas leer los demás trabajos de este genial investigador puedes hacerlo en los siguientes enlaces:


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