La historia comienza a bordo del buque de guerra francés Alecton que -tras zarpar del puerto de Cádiz el 17 de noviembre de 1861, se encontraba el día 30 de dicho mes navegando a unas 140 millas al nordeste de Tenerife, frente a las costas de Anaga. A primera hora de la tarde uno de los marineros advirtió la presencia de un gran desecho flotando en el mar. El comandante, Frèderic Marie Bouyer, decidió acercar la nave para conocer la naturaleza de aquello que divisaban y cuál no fue su sorpresa cuando - lo que en principio habían tomado por una barca o un remolino de algas - resultó ser una especie desconocida de calamar gigantesco.
Resueltos en dar caza al terrible ser, los marineros utilizan arpones, fusiles y cuerdas para vencer la resistencia del animal que, seguramente moribundo, intentaba evitar el acoso mientras se mantenía a flote en la superficie. El mar está muy agitado, lo que dificulta las intenciones del capitán, dando lugar a que el calamar se sumergiera de vez en cuando, dándose un pequeño respiro, para emerger al poco tiempo moviendo sus largos y amenazadores tentáculos.
Tras más de tres horas de lucha por hacerse con este ejemplar único, uno de los arpones impacta de lleno en el cuerpo gelatinoso del cefalópodo. Inmediatamente comienza a expulsar violentos chorros de tinta y un nauseabundo olor a almizcle. Los marineros intentan izar a bordo al animal por medio de varios cabos con nudos corredizos pero el peso del mismo (calculado en dos o tres toneladas) su consistencia gelatinosa y los vaivenes del océano hace que la cuerda corte la cola del calamar con gran facilidad y éste caiga al mar nuevamente.
Era un calamar de proporciones gigantescas. La longitud de su manto se estimó entre 4,60 y 5,50 metros, con ocho brazos de 1,50 a 1,80 metros. Carecía de los dos tentáculos, supuestamente perdidos en la reciente lucha o en alguna anterior con un cetáceo u otro depredador. Su cuerpo, muy hinchado hacia la parte media, presentaba un color rojo ladrillo. Tenía enormes ojos saltones y una boca de casi medio metro de ancho con un amenazador pico. Todo un monstruo. Tras algunos intentos de hacerse con el animal, y ante el peligro para los hombres que suponía continuar con la faena, dejaron al moribundo ser a su suerte, viéndole desaparecer en el horizonte. Un trozo de cola de unos 14 kilos de peso fue todo lo que consiguieron arrebatar a su extraordinario rival.
El día 1 de diciembre, el Alectón atracó en el puerto de Tenerife. Bouyer informó inmediatamente al cónsul francés de la noticia (quien incluso pudo ver los restos con sus propios ojos y elaboró un documento oficial) y envió un informe sobre el asunto a su ministro de Marina. Este informe llegó a la Academia de Ciencias de París que deliberó largamente sobre el caso en su sesión del 30 de diciembre. Apoyándose en otros testigos (viejos pescadores canarios que aseguraban haber visto animales similares en otras ocasiones) y en casos anteriores, determinaron que se encontraban ante un género desconocido de calamares, un gran paso para los reticentes y ortodoxos académicos.
A pesar de este éxito inicial, la existencia del calamar gigante fue negada por la Ciencia oficial y no ha sido hasta época relativamente reciente cuando han comenzado a aparecer determinados estudios sobre la morfología, hábitat y comportamiento de estos seres, algunos de los mejores realizados por investigadores españoles, por cierto.
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