viernes, 28 de febrero de 2020

¿DESCUBRIERON LOS ESPAÑOLES AL TILACINO EN EL SIGLO XVII?, El viaje de Luis Vaéz de Torres (1605-1607) por la isla de Nueva Guinea, de Carlos A. Font Gavira


Carlos A. Font Gavira
Nos encontramos en plena conmemoración de la Primera Vuelta al Mundo (1519-1522) cuya génesis fue el proyecto capitaneado por Fernando de Magallanes (1480-1521), el cual era alcanzar las islas de la Especiería (actual Indonesia) por el Oeste, evitando la ruta establecida por sus compatriotas portugueses. Después de un viaje muy accidentado, tras la muerte de Magallanes en Mactán (Filipinas) en 1521, el vascongado Juan Sebastián Elcano culminaría con éxito el viaje de regreso a España, con las bodegas de la nao Victoria repletas de especias y, lo más importante, con la magna hazaña geográfica de haber circunnavegado la esfera terrestre por primera vez. Tamaña gesta abrió los horizontes geográficos de Europa hasta límites insospechados. Sin embargo, durante siglos, ha habido zonas que han permanecido en la duda entre lo desconocido y lo probable. Uno de estos enigmas seculares lo constituyó la “Terra Australis Incógnita”.

1.-En busca de la Terra Australis

Desde los tiempos de la Antigüedad clásica este concepto hacía referencia a una masa enorme terrestre que, según la lógica de la época, debía equilibrar las masas de tierra del Hemisferio Norte. Por tanto una nebulosa geográfica se posó en la mente de los geógrafos, comerciantes, viajeros y navegantes de todos los siglos. Con el comienzo de la Edad Moderna y el inicio de la era de los descubrimientos geográficos, para Occidente, se abrió un campo inconmensurable de posibilidades. Tras el descubrimiento del Océano Pacífico, o la “Gran Mar del Sur”, por parte de Núñez de Balboa (1513), los navegantes hispanos siguieron con su idea de alcanzar las costas de Asia (Catay/Cipango) hacia el Oeste, que fue el proyecto primigenio de Cristóbal Colón. Este interesante capítulo de la Historia de España, la de la exploración del Pacífico, estuvo jalonado de expediciones en las que no faltaron el valor ni el derroche de pericia.

El Tratado de Zaragoza (1529) delimitó las áreas de expansión y exploración para portugueses y españoles, los únicos capacitados por aquel entonces, en emprender grandes viajes de descubrimiento y exploración. El Emperador Carlos V prefirió no tener problemas con los portugueses y renunció a todos sus derechos sobre las Molucas en favor de Portugal. A partir de esa fecha, España concentró sus esfuerzos en colonizar las islas y tierras que se descubriesen al Este de las islas Molucas. Inconscientemente, y desde el punto de vista geográfico, el tratado firmado abría la posibilidad a España de descubrir y colonizar islas como Nueva Guinea o la mismísima Australia.

Tratado de Zaragoza (1529)

Hay que hacer especial mención a las expediciones de Álvaro de Mendaña (1541-1595), en 1567 y 1595, que, aunque muy espaciadas en el tiempo, realizaron importantes descubrimientos geográficos en el Pacífico y representaron los primeros intentos serios de colonizar los grupos de islas que iban descubriendo (Islas Salomón e Islas Marquesas). La expedición de 1567 pretendió crear una colonia de poblamiento en las islas Salomón al frente de dos naves. Hubo discrepancias durante el viaje, ya que Sarmiento de Gamboa (capitán de la nao capitana Los Reyes) y Pedro Ortega (maestre de campo) defendían navegar hacia el Sur, pues consideraban que estaba cerca de la isla de Nueva Guinea; por cierto, descubierta por otro español, Íñigo Ortiz de Retes, en 1545. La expedición navegó al sureste para hacerlo, posteriormente, hacia el norte del Ecuador, por recomendación de Hernán Gallego, para regresar a Nueva España (México). Si Sarmiento hubiese impuesto su criterio, quizás las naves españolas hubiesen recalado en Australia.

Un proyecto aún más ambicioso y temerario lo representó, pocos años después, Pedro Fernández Quirós (1565-1614), quien estaba llamado a perdurar su nombre en las tierras e islas australes. Hombre dotado de una gran religiosidad y fervor católico, visitó Roma para obtener el apoyo del Papa Clemente VIII para evangelizar las futuras tierras descubiertas. Quirós pretendía descubrir la Terra Australis Incógnita y ejercer en ella una especie de empresa misional con el patrocinio de la Monarquía Hispánica, en cabeza del rey Felipe III, y la bendición de la Santa Sede por parte del Papa Clemente VIII. 

Siguiendo la estela de Mendaña, Quirós partió del Callao (actual Perú) con tres naves y cerca de 300 hombres entre soldados y marineros, llevando por segundo jefe a Luis Váez de Torres. Se conoce al detalle todo lo referente a la expedición por el memorial dirigido por el mismo Quirós al rey Felipe III, en el que detalla, después de tocar varias islas, cómo arribaron el primero de mayo de 1606 a una gran bahía en una tierra que Quirós pensó que era, no una isla, sino una porción continental. Quirós bautizó esta isla, perteneciente al actual archipiélago de Nuevas Hébridas, como “Austrialia del Espíritu Santo”.

Ampliación del mapa "Descripción de las Indias Occidentales"
del cronista de Indias, Antonio de Herrera (1601)

Llegamos a una cuestión trascendental, que va más allá de la toponimia puesto que, al contrario de lo que pueda parecer, Quirós denominó a este descubrimiento Austrialia, no por ser austral, sino, como escribió después al rey Felipe III, por feliz memoria de su Rey y por el apellido de Austria que ostentaba. Por tanto Austrialia no sería equivalente a la Terra Austral sino a “la tierra de los Austrias.” Para despejar cualquier ápice de duda, nos remitimos a la documentación, en este caso el diario de Quirós. Merece la pena resaltar la solemnidad religiosa, como de misión divina, con que plasma la toma de posesión de las nuevas tierras: “Yo, el Capitán Pedro Fernández de Quirós, en estas partes que hasta agora han sido incógnitas, en nombre de Jesucristo, hijo de Eterno Padre y de la Virgen Santa María, Dios y hombre verdadero enarbolo esta señal de la Santa Cruz (...)”, para a continuación nombrar a su valedores, el Papa y el rey de España (por ese orden).

A la sazón no era nada extraño bautizar con nombres o apellidos de soberanos o personajes ilustres las nuevas tierras descubiertas: las islas Filipinas se llaman así en honor de Felipe II, las Marquesas por el Marqués de Cañete (virrey de Perú en 1595), las Marianas en referencia a la reina consorte Mariana de Austria (1649-1665), segunda esposa de Felipe IV, las Carolinas en recuerdo a Carlos II (1661-1700), y Austrialia como “la tierra de los Austrias”. Coherente todo, ¿o no? 

Los descubrimientos de Quirós no pasaron desapercibidos para el resto de potencias europeas, en especial para la flamante Holanda que, aprovechando la Tregua de los Doce Años (1609-1621), un respiro en su guerra contra la Monarquía Hispánica, empezaba a labrar su pujanza comercial y naval. A la zaga de las exploraciones hispano-portuguesas, los descubrimientos holandeses en el litoral australiano hicieron que en los mapas cartográficos de la época se conociera como Nueva Holanda, término que luego se extendió a todo el continente. La Austrialia de Quirós quedaba desplazada de los mapas a pesar de que cuando el navegante portugués realizó su descubrimiento en 1606 el Rey lo era a su vez de España y Holanda (Flandes).

2.-Catálogo de fauna desconocida


Imagen de la crónica de Diego
de Prado y Tovar
La travesía de Quirós recaló en infinidad de islas pertenecientes a Melanesia y a la isla de Nueva Guinea. En muchas de ellas les salieron nativos con diversas intenciones, desde los amistosos y pacíficos hasta entablar verdaderas escaramuzas armadas con otros. Una parte vital en el estudio de este trascendental viaje la constituye el testimonio escrito del mismo. Debemos la crónica del viaje a uno de los capitanes embarcados en la expedición, Diego de Prado y Tovar (1550-1645). Ingeniero militar y miembro de la Orden de Calatrava este capitán dejó escrito una magnífica relación, por sus detalles y descripciones, del viaje de Luis Vaéz de Torres. Bajo el título de “Relación Sumaria del descubrimiento que empezó Pedro Fernández de Quirós, portugués en la mar del Sur en las partes australes hasta la isla la grande Austrialia del Spíritu Santo”, encontramos datos geográficos, anotaciones náuticas, descripciones etnográficas y, si somos observadores, comentarios sobre un catálogo de fauna desconocida. Criaturas de Oceanía que nunca habían sido vistas por ojos europeos.

Las primeras descripciones apuntan a animales conocidos, con especial detenimiento, a la apabullante riqueza en aves. Así se anota que “hay muchas gallinas blancas y mayores que las nuestras de color morado oscuro con puntas blancas que van por los árboles y faisanes muy pintados de que hay por toda esta tierra y muchos pavos reales.” Era habitual que los exploradores y navegantes europeos asimilaran las nuevas especias encontradas con los referentes animales que conocían del Viejo Mundo. Dada la enorme variedad de especies de pájaros y aves que pueblan las islas de la Sonda y Nueva Guinea sería complicado acertar con las especies concretas a las que se refiere la relación del viaje. 

Cacatúa
Hay un ave que Diego de Prado describe como “papagayos” pero que siguiendo con la descripción nos percatamos, sin duda, de que pájaro es: “aquí vimos muchos papagayos unos muy blancos con una corona en la cabeza de plumas amarillas y el pico y pies son negros.” La cacatúa hace acto de presencia. El ave emblema de Australasia ya que se extiende por Australia, Filipinas y varias islas de Indonesia. La especie de color blanco con su corona amarilla es la más conocida pero hay diversas especies con variedades cromáticas igual de atractivas. Diego de Prado apunta algunas de ellas como “otras mayores de color morado con manchas por el cuerpo de color amarillo y colorado y las alas verdes y amarillas y coloradas pico y pies colorados. Hay otros todos colorados de color encendido”. Incluso, como buen observador, el cronista español anota una característica común a todas las cacatúas: su fuerte graznido. El leonés apunta “que graznan muy fuerte de la manera ay ay ay ay yaya yaya ay” que confundió con el alarido de guerra de algunos nativos emboscados.


Los españoles a cada ocasión preguntaban a los nativos por las tierras de los alrededores para poder orientarse. En tales rudimentarios intercambios de información los nativos mencionaban otros animales cercanos como, por ejemplo, los búfalos. El capitán español pregunta a los nativos por las islas cercanas y anota que hay “una tierra muy grande y que había animales grandes con cuernos en la cabeza que son búfalos que los adoran por dioses para que no les hagan daño.” No parece un gran descubrimiento, al tratarse de un animal conocido, pero la intriga viene por el área geográfica en que se encontraban los expedicionarios españoles. 

El viaje de Vaéz de Torres recorrió islas del Pacífico, parte del litoral de Nueva Guinea antes de recalar en Manila (Filipinas) en 1607. El búfalo asiático (Bubalus bubalis) está presente en todo el Sureste Asiático pero no es una especie natural de Nueva Guinea. Los búfalos fueron introducidos (al igual que en Australia) por los británicos en el siglo XIX. Por tanto, ¿a qué islas se referían los informantes de Prado?

En Indonesia, en la isla de Célebes, habita un conglomerado de pueblos que reciben  el nombre de "torajas". Estos pueblos han recibido la atención de antropólogos y científicos por sus pintorescas costumbres, entre las cuales, se cita su particular culto a los muertos. También destacan sus rimbombantes casas de madera con el tejado en forma de barco para algunos y para otros en forma de cuernos de búfalo. Alguna de las testas de los imponentes bóvidos, ya descarnadas por el paso del tiempo, adornan la entrada de estas casas. También los búfalos son compañeros omnipresentes en las tareas agrícolas y parte imprescindible de las relaciones económico-sociales de los torajas. El búfalo es un valor en sí como símbolo de prosperidad y tótem de su cultura.

Búfalo
Por tanto, ¿conocían los nativos de Nueva Guinea las islas Célebes? Dentro del universo isleño que conforma el archipiélago de Indonesia (conformado por más de 11.000 islas) no parece descabellado. Con la colonización hispana de las Filipinas, el epicentro de su presencia se irradió por otros archipiélagos e islas del Pacífico como Guam. Los españoles, que la denominaban Guaján, la convirtieron en escala imprescindible para la ruta del Galeón de Manila e introdujeron los búfalos de agua (carabaos) provenientes de Filipinas, en la isla.


Otras criaturas menos amables entraron en contacto con los expedicionarios españoles en aguas de Nueva Guinea. Fue el caso del reptil más grande y poderoso del mundo: el cocodrilo marino. Diego de Prado refiere en su crónica que "todas las noches a las siete horas, en San Lucas por haber entrado en él su día, venía al navío un caimán que tenía de largo más de cuarenta pie, fiera bestia sin duda que debía de estar cebado en el pueblo de los indios y haberse comido algunos según era puntual en su venida." El testimonio es terriblemente verídico pues sabemos, a la luz de la ciencia actual, los gustos antropófagos de los cocodrilos marinos. 

Todos los años varias personas sucumben en las poderosas mandíbulas de estos enormes reptiles en su gran área de distribución: Sureste Asiático (India, Birmania, Indochina, Malasia e Indonesia) y la isla de Nueva Guinea, Norte de Australia e incluso llegan a colonizar algunos archipiélagos oceánicos como las islas Salomón. El tamaño que apunta Diego de Prado no es nada exagerado pues los cocodrilos marinos pueden llegar a rebasar los siete metros de longitud y pesar más de una tonelada. El uso que hace del término "caimán" no es nada contradictorio, pues los españoles ya llevaban más de un siglo asentados en América donde los caimanes son muy comunes, por tanto, los marineros y soldados de Vaéz de Torres identificaría a los cocodrilos con sus parientes americanos de menor tamaño.

Quizás la crónica avanza en interés científico y zoológico cuando se topan con un curioso animal, prácticamente indescriptible. Tiene más interés aportar la descripción que se hizo de tal criatura para luego encajar una posible explicación: "Un pájaro mayor que un cisne de color pardo oscuro y del pico agudo que no tenía lengua ni alas y en los encuentros de ellas tenía por cada parte cinco púas como las espinas del puerco espín y blancas y negras, comía guijarrillos." La comparación de la extraña criatura con las aves parece casual, pero increíblemente previsora. 

Equidna

El animal con que se toparon era, nada más y nada menos, que un equidna. Criaturas antiguas, del orden de los monotremas, que junto a los ornitorrincos (también endémicos de Australasia) son los únicos mamíferos capaces de reproducirse mediante la puesta de huevos. La descripción es tosca pero muy real pues alude al aspecto exterior de un equidna, que se asemeja a un erizo, o como apunta Diego de Prado, a un puerco espín. Incluso aporta el sugerente detalle que come con la lengua con su pico agudo (se refiere a la pequeña trompetilla del equidna). Los españoles alucinaron al ver animal tan extraño y decidieron regalárselo como mascota al maestre de campo Juan de Esquivel.

3.-¿Un tilacino en Nueva Guinea?

Tal catálogo de criaturas extrañas debió sorprender hasta al más rudo soldado de los embarcados en las naves de Quirós y Vaéz de Torres. Pero ahora llegamos al plato fuerte de este menú natural en tierras extrañas. Los españoles, explorando un claro de la selva encontraron un animal que es el que recaba más dudas y preguntas sobre su posible identificación. Una criatura que puede hacernos imaginar pero no apuntar con el dedo de la certeza. Reproducimos íntegramente el pasaje de la crónica de Diego de Prado donde se da cuenta del encuentro con este animal: “También vimos un campo muy grande de jengibre que dios solamente le cultiva y los naturales no saben qué cosa sea aquí matamos un animal que es de la estatura de un perro más pequeño que un galgo con la cola pelada y escamada como la de la culebra cuyos testículos cuelgan de un nervio como un cordel delgado dicen que será el castor. Le comimos y será como carne de venado.” 

Primer plano del tilacino conservado en el Museo de Ciencias Naturales
de Madrid. (Foto: Carlos A. Font Gavira)

La duda es obligatoria ¿se comieron los españoles un tilacino?, ¿es la descripción de un tigre de Tasmania pero en Nueva Guinea? El primer dato morfológico es la comparación con un perro, en concreto un galgo, lo cual no es descabellado. En un ejemplo maravilloso de convergencia evolutiva, los tilacinos eran muy similares aparentemente a los cánidos, con los que no tenían ningún parentesco. Según las descripciones más fehacientes sobre tilacinos, éstos medían entre 100 y 180 cm de longitud, incluyendo una cola de 50-65 cm. Los ejemplares adultos tenían una alzada de 60 cm y pesaban entre veinte y treinta kilogramos. La comparación con un galgo, (perro de tamaño medio) es oportuna puesto que los expedicionarios españoles bien conocían a este cánido y lo tomaremos como modelo.

Un galgo español tiene un físico ligero, complexión atlética y miembros proporcionados. Los adultos miden entre 62 y 70 cm con un peso entre 25-30 kilogramos. Por tanto las descripciones del supuesto tilacino encontrado y un galgo son bastante similares. Esta comparación puede encajar pero hay un aspecto, indiscutiblemente asociado al tilacino, que a Diego de Prado y Tobar se le escapa: su coloración.

Por los ejemplares disecados que conservamos del tilacino asi como por las fotografías que se hicieron del animal, la mayoría muertos en las constantes cacerías que padeció, se adivina un pelaje corto y una cola rígida. El pelaje pardo amarillento del animal estaba adornado con un ramillete de entre trece y veintiuna rayas negras distintivas en la espalda, el torso y la base de la cola. En base a este parecido el marsupial depredador recibió el apodo de “tigre de Tasmania” que ha quedado como sinónimo del animal. La descripción de Prado omite cualquier referencia a un animal rayado por tanto ¿nos estamos refiriendo al mismo animal? Eso sí, aporta la descripción una serie de características físicas reconocibles como el tamaño de los genitales así como la cola escamosa. Hay un animal marsupial que posee una cola escamosa, la zarigüeya, pero es nativo de las Américas.

Benjamin, el último tilacino

Nueva Guinea, en la actualidad, representa una isla desafiante repleta de biodiversidad. Gran parte de sus selvas y  montañas están inexploradas y los equipos científicos han descubierto cantidad de nuevas especies. En 2009 en un paraje de selva tropical, alrededor del cráter del volcán Bosavi, se encontró una especie de rata gigante. A pesar del tamaño del roedor, de unos 82 centímetros de largo y un peso de 1,5 kilos, se aleja mucho del tamaño de la criatura que puebla el relato de Diego de Prado. Por muy voluminoso que fuera el roedor distaría mucho de asemejarse a un perro.

Parece que hemos encallado en los candidatos a resolver el misterio del animal que encontraron los españoles en Nueva Guinea a comienzos del siglo XVII. Hay vagas referencias a perros guardianes que vivían junto a los nativos y vigilaban sus casas. En Nueva Guinea existe una especie de dingo, el perro salvaje australiano, con matices. Es el conocido como perro cantor de Nueva Guinea (Canis Lupus hallstromi) llamado así por sus característicos aullidos que asemejan un lánguido canto. Los españoles, acostumbrados a ver y tratar con perros en España, dudo que establecieran muchas diferencias en caso de haberse encontrado con estos perros salvajes. 

El enigma de la criatura nos dirige, casi de manera ineluctable, al propio enigma de la presencia o no del tilacino en la isla de Nueva Guinea. La isla de Tasmania parece que fue el último refugio de este marsupial carnívoro pero las dudas que se planteaban sobre su presencia en la isla-continente de Australia quedaron despejadas. Algunos petroglifos y pinturas rupestres del Norte de Australia recrean la figura de un tigre de Tasmania e, incluso en 1990 se descubrió un cadáver momificado en una cueva de la llanura de Nullarbor, en Australia Occidental.

Tilacino representado en un petroglifo hallado en Wary Bay,
Bigge Island, Kimberly Coast (Australia)

Últimamente la gran isla salvaje de Nueva Guinea se presenta como el plausible último refugio del tigre de Tasmania aunque presentando las lógicas reservas. Los rumores de su presencia son constantes y han captado la atención del Dr. Karl Shuker quien piensa que en las zonas menos exploradas de la isla, como las Montañas Foja en Irian Jaya (parte occidental de la isla de Nueva Guinea), pueden esconderse los últimos tilacinos. Según testimonios recogidos sobre el terreno de las tribus nativas, se habla de un animal parecido a un perro conocido como “dobsegna”, con grandes fauces y una cola larga y recta. Marchamos inconfundibles de un tilacino, o ¿una nueva especie de depredador marsupial?

De seguro que la gran isla de Nueva Guinea nos seguirá sorprendiendo con las criaturas desconocidas que atesora. Un mundo perdido que empezó a revelar sus secretos tímidamente a los navegantes españoles y portugueses que lograron surcar sus aguas hace cuatrocientos años.


MÁS INFORMACIÓN

-El gran libro de la criptozoología. Gustavo Sánchez Romero, David Heylen y José Gregorio González. Edit.EDAF.2008.

-Proyecto Gutenberg Australia. “New light on the discovery of Australia.” As revealed by the journal of Captain Don Diego de Prado y Tovar. Edited by Henry Stevens. London. British Museum.1930.

http://gutenberg.net.au/

-¿Es posible que el lobo marsupial se esté ocultando en Nueva Guinea? Mongbay Latam. Periodismo ambiental diferente. Jeremy Hance. 11 septiembre 2013.

https://es.mongabay.com/2013/09/es-posible-que-el-lobo-marsupial-se-este-ocultando-en-nueva-guinea/

Nota del autor: los pasajes extraídos de la relación de Diego de Prado han sido transcritos con nuestra actual ortografía para facilitar su lectura.


Carlos A.Font Gavira (Los Palacios, Sevilla. España. 1983). Historiador e investigador. Miembro de la Asociación Española de Africanistas (AEA) y Postgrado“Especialista Universitario en Archivística” por la UNED. Colaborador en publicaciones divulgativas de Historia como “La Aventura de la Historia”, “Historia de España y el Mundo” y “Clío”. Amante de los viajes a lugares recónditos como Etiopía, Camboya, Mongolia, Siberia, etc, en busca de historias del pasado humano y natural. Actualmente está preparando su tesis doctoral sobre el refugio de la colonia alemana del Camerún en la Guinea española durante la Primera Guerra Mundial.


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