Hace pocos días se ha presentado un nuevo estudio científico
que pretende desmontar la creencia en la posible existencia del yeti. Un equipo
liderado por Charlotte Lindqvist, profesora de biología en la Universidad norteamericana
de Búfalo, ha analizado varias muestras de supuestos restos de la escurridiza
criatura, llegando a la conclusión de que pertenecen a distintas especies de
osos locales y a un perro.
El asunto ha sido tratado en la última emisión de El Secreto de La Caverna, el programa
dominical dirigido y presentado por Samuel Hernández, y en el que he sido
invitado a participar. En el enlace que
figura al final de esta entrada, puede escucharse la noticia y mi opinión sobre
la misma, a partir del minuto 94´15”.
De las piezas que forman parte del estudio, nos interesan
nueve de ellas. Se trata de piel procedente de una garra, un diente, un
fragmento de fémur, heces, pelos… todo ello cedido para la ocasión por museos
locales, monasterios budistas y coleccionistas particulares.
Es decir, se trata de muestras antiguas que no han sido
tratadas adecuadamente para efectuar un análisis de ADN. Sencillamente porque,
en el momento en el que se conservaron como pertenecientes a yetis, no podían
imaginar que iban a ser estudiadas–décadas después- en un moderno laboratorio
neoyorquino. Con esto lo que quiero decir es que las muestras se hallan altamente
contaminadas pues, como es evidente, no ha habido una custodia segura de las
mismas que pueda garantizar una conclusión definitiva sobre su análisis.
Por otro lado, la propia Lindqvist y su equipo aseguran en
su estudio (cuyo contenido íntegro podemos leer en el enlace inferior) que han alterado
varios de los protocolos de uso que recomiendan los fabricantes de los métodos
y materiales utilizados en su análisis, adaptándolos a sus necesidades de
investigación. Es decir, la garantía de
los resultados que ofrecen estas herramientas queda en entredicho al no haber
sido correctamente empleados, con lo que las conclusiones a las que han llegado
parecen haberse logrado forzando métodos y ensayos.
Por último, aun dando por válida la veracidad de los
resultados ofrecidos para estas nueve muestras,
lo que vendría a decirse es que
estas piezas –en concreto- pertenecen a osos y perros, no a ninguna especie
desconocida por la Ciencia. Pero, no olvidemos que únicamente podemos
referirnos a estos nueve objetos, sin poder extrapolar los resultados a la
totalidad de supuestas muestras, huellas, imágenes y testimonios que –desde hace
siglos- forman parte de este controvertido fenómeno.
En mi opinión, y hasta que no se demuestre lo contrario, el
yeti sigue estando muy vivo…
Para saber más:
Muy bien explicado, da pena comprobar como los diarios han tomado de forma sensacionalista la noticia y sin profundizar en su escasa trascendencia para el fenómeno.
ResponderEliminarSi en un paseo por el campo recojo varios pelos sospechosos de cercas, vallas y árboles porque pienso que son de jabalí, pero luego unos análisis ADN dicen que son de perros y cérvidos ... Entonces los jabalíes no existen si aplicamos el mismo razonamiento de los periolistos que aprovecharon la noticia para burlarse del yeti.
Por favor... Esta clase de estudios, como la mayoría de los dedicados a estos temas (no sólo criptozoológicos) se hacen a sabiendas de cúales van a ser los resultados. El método científico cuenta poco.
ResponderEliminarY aún diré más, si los resultados no hubieran sido los que han sido, con toda probabilidad hubieran recibido muy poca o ninguna difusión. ¿Alguien se esperaba de verdad otra cosa?